Entre la vida y la…
Como especie, la humana aprende poco o nada de sus errores
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27 de feb de 2022, 11:45 p. m.
Actualizado el 17 de may de 2023, 11:39 a. m.
Como siempre en este oficio, ha vuelto a pasar: la fuerza de los hechos tuerce aquello que merecía un lugar. Por ejemplo, este espacio. Aunque en esta ocasión hay una extraña coincidencia. Ya verán por qué.
Horas antes de que Vladimir Putin nos confirmara que es autócrata, mesiánico y criminal, una gran noticia llegó a manos de muchos. Solo que, con lo de Ucrania de por medio, siguió de largo.
¿Recuerdan la historia de quienes, a las puertas de la muerte, dicen haber visto en segundos la película de su vida? Sobre eso ha corrido mucha tinta, sin muchas bases científicas que lo corroboren. Al menos, hasta ahora. Porque científicos de la Universidad de Louisville parecen haber encontrado la punta de un ovillo que nos puede acercar a ese secreto.
Sucedió, igual a tantas otras cosas, en uno de esos accidentes con que la ciencia da saltos infinitesimales, quizás en insospechado premio a tantas horas de desvelos. Un paciente epiléptico de 87 años, cuenta la agencia alemana Deutsche Welle, sufrió un infarto mientras sus ondas cerebrales eran objeto de estudio. Ahí, mientras el hombre se iba de este mundo, dice la nota, “el electroencefalograma siguió registrando su actividad cerebral, incluidos los 15 minutos que rodearon su muerte”.
Lo que pasó enseguida es lo que ha causado conmoción: el cerebro, ya camino a muerte o en medio de ella, permaneció activo y coordinó oscilaciones gamma, ese “recuerdo de la vida” al que hicimos mención arriba. Hasta aquí llego. Soy ignorante absoluto del tema y solo he querido, presa del asombro, poner esto en manos de neurocientíficos y demás expertos, a los que pueda interesar el tema. Más detalles en esta dirección:
https://www.frontiersin.org/articles/10.3389/fnagi.2022.813531/full.
Bueno, esa es la vida y su milagro de ser capaz de ir más allá de lo que parece ser el destino inexorable. Esa misma vida que algunos en Louisville y en otros lugares, incluidos los nuestros, hombres y mujeres investigan e intentan explicar. Y la misma vida, vaya paradoja, que otros -Putin y similares- se dedican a arrebatar a sus dueños para hacer sentir su poder omnímodo. Poder que, luego, se les acaba como polvo que son, sin que el llanto de sus áulicos sirva, menos mal, para traerlos de vuelta.
En ese sentido, para hacer referencia directa a Putin y Ucrania, nadie sabe hasta dónde llegará el escalamiento de un conflicto que ahora toca al mundo entero y del que recién nos enteramos, cuando ya tiene años de existencia y miles de muertos encima. Eso, darnos por enterados solo hasta hoy, es terrible, e hipócrita. Porque, así como nos conmueve y nos asusta lo de las últimas horas, no nos importó lo que había pasado antes.
Tanto como lo que sucede en otros lados. ¿A quiénes interesa de verdad las guerras actuales, o como se les quiera llamar, en Afganistán, Iraq, Siria, Sudán del Sur, República Centroafricana, Nigeria, República Democrática del Congo, Pakistán y Yemen, entre otros?, ¿o las situaciones de violencia interna de México y la de Colombia? ¿Por qué no despiertan tanta sensibilidad?
No hace falta una respuesta. Es por la misma razón por la cual 50 millones de refugiados, de los cuales la mayoría son niños, andan en busca de algún lugar en el mundo en donde meter la cabeza. E, incluso, malviven en campos de concentración a los que no se les llama así por miserable corrección política.
Alguien dirá que ninguna de estas guerras amenaza tanto la paz mundial como esta. Eso es cierto. Pero eso mismo no impide una reflexión más: como especie, la humana aprende poco o nada de sus errores. Y menos es capaz de cortar de una vez por todas con ese tipo de personajes que, como Putin, se han hecho ricos amos y señores del más miserable de los negocios, el de la maldita guerra.
Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

Directora de El País, estudió comunicación social y periodismo en la Pontificia Universidad Javeriana. Está vinculada al diario EL País desde 1992 primero como periodista política, luego como editora internacional y durante cerca de 20 años como editora de Opinión. Desde agosto de 2023 es la directora de El País.
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