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El Papa y el discurso del rey

Quién sabe si esta semana que acaba de pasar terminará por ser...

23 de septiembre de 2013 Por: Víctor Diusabá Rojas

Quién sabe si esta semana que acaba de pasar terminará por ser un pliegue en la historia de la humanidad. Ya lo dirá quien en el futuro desentierre la jornada aquella en que en menos de 72 horas, de unos días de septiembre de 2013, pasaron dos cosas increíbles. Una: un Papa, Francisco, acepta que la injerencia de la iglesia católica en la vida de las personas no puede seguir siendo ilimitada, como lo ha sido hasta entonces. Y dos, un rey, Guillermo Alejandro de Holanda, despide de un plumazo eso que llenó la boca de mucha gente durante décadas, el Estado de bienestar.Quizás entonces se les llamará hechos revolucionarios. Aunque vale la pena preguntarse ahora mismo si acaso ya no comienzan a serlo. Veamos. En el caso del papa, no pocos analistas coinciden en que una vez más Francisco ha dado en el blanco al hablar como acostumbra, más de lo humano que de lo divino, comprometiéndose en esa estrategia tan suya que lo hace esclavo de lo que dice. Conclusión, los cambios se van a suceder. Así las cosas, el camino que parecía difícil por su clara ruptura con un establecimiento que posaba de intocable, está ahora empedrado a lo largo y a lo ancho, tras le entrevista que concedió a La Civiltà Cattolica, la histórica publicación de la Compañía de Jesús.Pero, ¿hasta dónde está dispuesta la iglesia más conservadora a aceptar, por ejemplo, que un papa se confiese pecador – como acaba de hacerlo- restándole categoría a una investidura que parecía estar sustentada, aparte de la infalibilidad, en la supuesta perfección? Ya parece haber una respuesta: esos mismos sectores consideran que el período de Francisco será el de un hombre al que le gustaba más ser Jorge Mario Bergoglio que papa. Es decir, según ellos, vivimos un papado sin Papa. Ya, dicen, vendrá un sucesor que sea capaz de recuperar lo que ellos consideran la grandeza perdida por culpa del argentino.Olvidan que, como pinta el panorama, la iglesia pronto podría ser otra (a propósito, ¿cuánto durará Francisco, eso no lo sabe nadie, y cuánto los ímpetus de cambio de un hombre que aclara que no es de derechas?) Y otras también serían las prioridades. Que, lo advierte el papa en la entrevista, no pueden seguir marcadas por el aborto, el matrimonio homosexual o el uso de anticonceptivos, sino que deben migrar hacia la tarea social. (“Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar!”) Y olvidan también esos opositores que un personaje amenaza irrumpir con fuerza inusitada, impulsada por la nueva escuela; hablamos de la mujer, esa misma a la que se le asignó por los siglos de los siglos un papel secundario.Eso, por un lado. Porque mientras Francisco alborotaba el obispero, el rey Guillermo Alejandro de Holanda, en lo que prometía ser nada más que una ceremonia de trámite con los focos de las revistas del corazón encima, terminó haciendo del acto un titular para The Economist o el Financial Times. Leyó el monarca ante el parlamento: “El clásico Estado del bienestar de la segunda mitad del siglo XX ha producido sistemas que en su forma actual ni son sostenibles ni están adaptados a las expectativas de los ciudadanos”, ahora el modelo apunta a “una sociedad participativa”.Pues por estos lares podemos decir que nos les anticipamos. Hace rato que los gobiernos, disfrazando las reformas con todo tipo de eufemismos, convirtieron la salud y la educación en jugosos negocios privados y dieron paso a la tal “sociedad participativa”, que no es otra cosa que el sálvese quien pueda. La diferencia está en que en Holanda el rey lo dice a calzón quitao y aquí nos meten gato por liebre. Nadie hizo la reforma a la salud; nadie, la reforma a la educación; nadie, la reforma a las pensiones. Pero ahí están ellas, y lo peor, ahí están ellos, sus autores, vendiéndonos espejitos. Septiembre de 2013, una iglesia con libertades y un estado sin obligaciones. Apunten la fecha.

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