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Catar 22, la vergüenza

Se esperaría al menos algún grado de conciencia social, en un mundo como el actual, para bajarle a la ostentación y apostar por causas humanitarias.

13 de noviembre de 2022 Por:

"Catar, el país más pequeño que ha sido anfitrión de un Mundial, ha destinado más de 220.000 millones de dólares a los preparativos del evento, en la construcción de kilómetros de autopistas, un sistema de metro, un nuevo aeropuerto, estadios y rascacielos".

Cito ese aparte de un artículo de Christina Goldbaum en The New York Times para confirmar que entre tantas cosas malas que tiene este Mundial, hay tres que sobrecogen más que las demás.

Una, el hecho mismo de haber conseguido la sede a punta de corrupción, así eso haya sucedido precisamente donde no sorprende. Ahí, en la Fifa, paraíso por excelencia de todo tipo de torcidos.

Dos, la inhumana explotación, o esclavismo disfrazado, de miles de personas reclutadas para trabajar en el mercado del hambre de países cercanos sumidos en la miseria.

Además, sin las mínimas garantías de seguridad industrial. No hay cifras exactas sobre muertos y lisiados. Y quizás nunca los habrá. Pero ahí están a mano los testimonios.

Y tres, esos escandalosos 220 mil millones de dólares. Dirán que cada uno tiene derecho a gastar su plata en lo que le venga en gana.

Se esperaría al menos algún grado de conciencia social, en un mundo como el actual, para bajarle a la ostentación y apostar por causas humanitarias.

Por supuesto, algo así no pasa por la cabeza del jeque Tamim bin Hamad al Zani y sus cortesanos.

Y menos, en la 'familia' - en términos de mafia - que controla el negocio del fútbol. 'Familia' sobre la cual tenemos suficientes referencias locales, regionales y mundiales. He dicho referencias. Perdón, más bien un inmenso prontuario y mucha impunidad.

Aunque todo eso no es más que contexto. Porque el hecho en sí trata de otra cosa. Aquello que busca Catar con el Mundial: lavar esa mala imagen suya sin remedio.

Incluso, ofreciendo cortesías a aficionados extranjeros con dos condiciones: hablar bien del país y delatar a quienes vean que van en plan de críticos. Ojalá no haya periodistas entre esos 'invitados'.

Para eso sirven los mundiales de fútbol, para tapar la realidad. Nada más hace cuatro años lo intentó Vladimir Putin. Y digamos que más o menos
le funcionó.

Zorro, como nadie, logró esconder bajo la alfombra de las canchas parte de los abusos y violaciones a los derechos humanos en que es tan experto.

Eso sí, no pudo hacer lo mismo con la calamitosa situación de minorías étnicas, a las que uno escuchaba contar sus dramas en esa voz baja que se vuelve costumbre en los totalitarismos.

Y si se va más atrás en el tiempo, casos como Argentina en el 78 e Italia en el 34 del siglo pasado demuestran este tipo de aprovechamientos por parte de dictaduras, en yunta con la dirigencia deportiva. Igual, a partir de la inauguración, caeremos redondos en la adicción.

Al margen de eso, sueño con un lado B de la Copa. Ese en el que tanto mujeres oprimidas y violentadas en todo orden, la igual que la población Lgbti, hagan visibles sus protestas en calles y tribunas para llamar la atención del mundo.

Y, por qué no, en las mismas canchas. Y anhelo que, en uso de la mejor desobediencia civil, algunos futbolistas, e incluso selecciones enteras, levanten sus voces y enseñen gestos de desaprobación a esta perversa sociedad entre la codicia y la caverna.

Todo, en el mismo año en que una película ('1985') nos recuerda que infamias como la de Jorge Rafael Videla y la Junta Militar argentina no tuvieron dónde esconderse para el juicio de la historia. Ni siquiera, detrás de una Copa Mundo. No se la pierdan.

AHORA EN Victor Diusaba Rojas