¿Ahora sí?

Porque no solo de anuncios para apagar incendios o para ganar popularidad vive la gente sino de obras contantes y sonantes.

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15 de ene de 2023, 11:40 p. m.

Actualizado el 17 de may de 2023, 05:42 a. m.

El derrumbe en la Panamericana, a la altura de Rosas, Cauca, nos pone de nuevo frente al atraso en que han sometido al suroccidente del país la corrupción, el abandono y el olvido seculares.

Y es que, si no fuera porque el cierre de la vía compromete la operación del transporte nacional, y también internacional, el asunto no despertaría la preocupación que ahora nos ronda.

En cambio, si las afectadas por un fenómeno natural fueran estas trochas que ahora se han convertido en relativa solución al taponamiento, la cosa no pasaría de minúsculo problema local, con solución quién sabe cuándo.

Tampoco nos digamos mentiras: la Panamericana, como tal, no tiene de eso más que el nombre. La auténtica Panamericana comienza en Ecuador.

Los responsables de situación tan aberrante son gobiernos y gobiernos que, desde tiempos inmemoriales, le sacaron el cuerpo a la obligación de acabar con esa frontera nada invisible entre una y otra Colombia.

Como igual, han hecho con tantas y tantas vías secundarias y terciarias donde transitar hoy es, para quienes las utilizan, un acto de fe, tanto para alcanzar el destino como para llegar indemnes.

Imposible evitar así que esas comunidades aisladas y relegadas no busquen, y encuentren, esas formas de subsistencia por las cuales luego son perseguidas. Tanto por quienes se dedican a suplantar el Estado, como por este mismo, que las convierte en objetivos más de persecución que lo que pone la Constitución, velar por sus derechos.

Sobre eso, déjenme les cuento algo que viví hace unos años en Tumaco.
Dueño de una reconocida tradición cacaotera, el mercado de ese producto allí andaba cercado por el auge de la coca y la falta de escrúpulos de algunos intermediarios.

Gracias a cooperación internacional y a sectores de la empresa privada, la situación comenzó a cambiar favorablemente. Tanto, que se abrió la puerta a la posibilidad de exportar.

Juntos, productores y auspiciadores, se lanzaron a la aventura de sacar su primer lote de cacao con destino a Europa. Entonces, fue casi imposible que alguna empresa de transporte de carga se comprometiera a ponerlo en Buenaventura.

El desafío comenzaba en el pésimo estado de las vías y se extendía a la inseguridad rampante por cuenta de los distintos grupos al margen de la ley que mandaban allí. Y que siguen mandando.

Por fin, apareció una tractomula y su tripulación de valientes. Entre lágrimas y rezos, la expedición partió. Tanto desde Tumaco como desde Buenaventura se hizo seguimiento por celular. Ya imaginarán la incertidumbre cada vez que se perdía la señal.

Al fin llegaron, sanos y salvos. Y con ellos, el oro que llevaban. Aún les quedaba una prueba. Antes de entrar al bello puerto del mar, los esperaba un retén policial. Tanto al oficial a cargo como a sus subalternos les sonó extraño saber que eso que tenían al frente fuese cacao proveniente de Tumaco. Más o menos lo que pensaría el colombiano promedio. Y claro, hicieron lo que les correspondía: revisar hasta el último centímetro.

La empresa terminó bien: el barco zarpó con la carga y comenzó una historia que hoy sigue viva, pese a estar obligados a transitar por esos caminos de herradura tan ajenos al centralismo.

Bien lo saben en Rosas, en Tumaco y en muchos lugares de este país: campaña electoral tras campaña electoral y, luego, ya desde el gobierno, siempre llegan a prometer aquello que, al final nunca hacen. Por eso Gustavo Petro, mejor si les cumple. Porque no solo de anuncios para apagar incendios o para ganar popularidad vive la gente sino de obras contantes y sonantes.

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