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Ellos quedan

Escribo desde Mocoa en medio del cubrimiento de esta tragedia. He tenido la suerte de conocer a Jefferson y su amorosa esposa Stephanie; a Edison, a Olga, tan valiente y triste; a la emprendedora Magaly y a tantos otros que han sido una tremenda enseñanza para mi vida y una profunda reflexión sobre el país que tenemos y el otro país, en el que quisiera que mis hijas crezcan

11 de abril de 2017 Por: Vanessa De La Torre Sanclemente

Escribo desde Mocoa en medio del cubrimiento de esta tragedia. He tenido la suerte de conocer a Jefferson y su amorosa esposa Stephanie; a Edison, a Olga, tan valiente y triste; a la emprendedora Magaly y a tantos otros que han sido una tremenda enseñanza para mi vida y una profunda reflexión sobre el país que tenemos y el otro país, en el que quisiera que mis hijas crezcan.

Comienzo por Jefferson: lo conocí en uno de los albergues oficiales donde hoy comparte carpa con su esposa Stephanie y el bebé de ambos. Él trabajaba en construcción, ella en una panadería. En el barrio San Miguel, uno de los más afectados por la avalancha, crecieron rodeados de primos y amigos que ahora son vecinos de carpa o están muertos. Me llevó a lo que antes era su casa. ¡Qué fuerte! Hoy sólo hay piedras. El río se la llevó por completo. También se llevó la casa de su madre, quien falleció en la tragedia. Diez días después, Jefferson sigue yendo y viniendo aún con la esperanza de encontrar algo de sus hermanos que se perdieron esa noche.

Con Olga también estuve en lo que era su casa. Entre las ruinas me encontré con un hogar levantado con amor. Pero lo paradójico de su tragedia es que levantó su casa sobre un terreno que le entregaron a su madre como parte de un subsidio del gobierno por ser víctima de la violencia colombiana. La guerrilla mató al padre y al hermano y, entonces, a las dos mujeres les entregaron el espacio para ayudar a mitigar su dolor. Mientras se limpia las lágrimas, Olga me cuenta que nunca nadie le dijo el riesgo que allí podrían correr. A Edison me le acerqué cuando lo ví embelesado mirando ropa de bebé. Este pantaloncito lo encontré, me dice. Lo tenía puesto su hijo de una semana de nacido. No lo pudo agarrar de la furia de la corriente.

Todos ellos son víctimas de una tragedia que alteró la vida de casi 3000 personas. Mocoa se recuperará. Pero queda la infinita crítica a los gobernantes locales que permitieron por años la evolución de comunidades en un terreno tan peligroso mientras quién sabe en qué se gastaban los recursos de prevención. Tienen la Fiscalía y la Procuraduría la obligación de exigir respuestas. Parto pronto de esta tierra con infinita tristeza por la incertidumbre de lo que las víctimas harán con sus vidas. Uno se va, ellos quedan, me digo mientras me pregunto ¿qué tipo de país -construido en gran parte sobre terrenos como el que le dieron a Olga- heredarán nuestros hijos?