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Óscar López Pulecio

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Un agosto fugaz

Cada página pulida con cincel en ese estilo florido y descarnado que es una delicia leer. Con el sabor repetido y dulzón que tiene los placeres conocidos.

16 de marzo de 2024 Por: Óscar López Pulecio

Ana Magdalena Bach es una señora bien casada y feliz, está enamorada de su marido y él la satisface sexualmente, todo lo cual junto es una rareza, puesto que muchas se considerarían afortunadas con solo una de esas cuatro cosas.

Acostumbra a ir cada 16 de agosto a una isla del Caribe en el aniversario de la muerte de su madre, que por razones misteriosas pidió ser enterrada allí. Un día de esos en el comedor del hotel decide seducir a un extraño. Casada virgen no ha conocido otro varón, así que el asunto la sorprende por lo atrevido de su decisión y por las sensaciones que le depara. El hombre le deja al amanecer un billete de 20 dólares entre las páginas de un libro.

No le es fácil asimilar que ella, ya en sus cincuenta, haya sido confundida con una mujer de lance, cuando creía haber tenido una aventura romántica. La historia se repite cada año y en cada capítulo de ‘En agosto nos vemos’, la brevísima novela de Gabriel García Márquez, publicada póstumamente por sus herederos.

Y es que las razones por las que una mujer se entrega casi nunca coinciden con las del hombre que la seduce, lo cual verifica Ana Magdalena en cada uno de sus encuentros posteriores con un gigoló bien dotado y con un vendedor holandés de pólizas de seguro. Para terminar ese ciclo anual y preciso de infidelidades ocasionales, decide exhumar el cuerpo de su madre, meter los huesos en una bolsa y llevárselos para su casa, para no volver por ese trópico en continua tormenta, cuya descripción es magistral. Allí termina el cuento.

Es a todas luces una obra inconclusa, salpicada de referencias eruditas a la música y a la literatura, escrita y revisada por años, que García Márquez no quiso publicar. Cada página pulida con cincel en ese estilo florido y descarnado que es una delicia leer. Con el sabor repetido y dulzón que tiene los placeres conocidos.

Cada capítulo un cuento aparte, redondo como un balín. Pero difícilmente algo que pudiera llamarse una novela, ni comparada con las otras obras de García Márquez que sí lo son, ni con las exigencias de un género en vías de extinción.

Esas exigencias son básicamente la extensión y la complejidad de los personajes que interactúan entre ellos. Existen, claro, novelas cortas y cuentos largos. ‘En agosto nos vemos’ navega en un punto intermedio de ese mar de los sargazos.

Su lectura, que dura un par de horas, deja la sensación de algo inacabado, de personajes apenas esbozados, de eventos que quedaron pendientes, de un final abrupto. Un maestro supremo de la palabra, jugando con ella, repitiendo sus fórmulas exitosas, mientras, según cuentan, iba perdiendo la memoria. Un opúsculo para el olvido.

Parte de la obra de Franz Kafka fue publicada después de su muerte por su amigo Max Brod, textos que le había pedido destruir. La mayor parte de ‘A la búsqueda del tiempo perdido’ de Marcel Proust, fue publicada póstumamente, luego del arduo el trabajo de descifrar sus interminables notas al margen, sus largas hojas de cuaderno. Dos de los escritores fundamentales del Siglo XX. Así que no es extraño que se publiquen trabajos póstumos. Cuando el escritor se vuelve famoso, cualquier cuaderno de notas se cotiza en el mercado de sus adoradores. Es de suponer que ahora con los recursos de la Inteligencia Artificial van a empezar a salir muchos más libros de los cementerios. No es una mala idea. Por lo pronto llega el disfrute de este agosto fugaz.

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