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Paola Gómez | Foto: El País

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Se llamaba Michel

En su memoria y en la de tantas y tantos más, hagamos lo posible para que esta Cali sea un lugar en que se respete la vida.

10 de diciembre de 2023 Por: Paola Andrea Gómez Perafán

Era noche de velitas. Mientras en tantos hogares las familias prendían luces y elevaban sus plegarias, una adolescente de 15 años vivía una pesadilla que terminó siendo una brutal realidad. Había salido de su casa, en el barrio San Judas Tadeo del sur de Cali, para hacer un mandado de su papá. Al ver que no regresaba, su familia empezó a buscarla y la reportó como desaparecida. Horas después, su cuerpo sin vida apareció en una maleta y en una caneca de basura de un taller de vehículos. El reporte de la autoridad señala que fue desmembrada y que el principal sospechoso es Harold Echeverry, el vigilante del lugar donde fue hallada, quien habría huido en una moto. Se ofrecían cien millones de recompensa por su captura, hasta el momento de escribir esta columna. La conmoción se adueñó del barrio, que linchó el vehículo del dueño del taller, en medio de la confusión y el enojo. Y la ciudad se enteraba del hecho, aguardando porque el sindicado fuese hallado y hubiera justicia.

Solo la investigación y el tiempo aclararán los hechos. En tanto, la noticia se va diluyendo en medio de tanta información y el caso termina siendo uno más de muchos que ocurren a diario y que nos recuerdan a cuánta crueldad es posible asistir y cuánto por hacer para evitar que cosas así sucedan una y otra vez. Justo en enero pasado, una mujer joven fue hallada en circunstancias similares en un tarro de basura en Bogotá, la DJ Valentina Trespalacios, en uno de los asesinatos más mediáticos del año. Esta vez es una menor y de comprobarse que fue un feminicidio, debido a los antecedentes que tiene el presunto responsable del hecho, sería el número 10 del 2023 en Cali. Eso sin contar los desmembramientos que no distinguen de sexo y que se han vuelto paisaje, en una sociedad que atónita los registra, a veces sin asombro.

Cada vez que una vida se apaga, así como la de Michel, es imposible no sentir impotencia y dolor. Pensar en la fragilidad de la existencia, en qué pudo pasar en el camino de quien materializa tal delito; en la crianza que recibió, en la que estamos dando en nuestros hogares; en la forma en que nos relacionamos con quien tenemos al lado; en la sensibilidad o insensibilidad que sentimos con lo que ocurre fuera de nuestra pequeña burbuja; en la poca empatía que los afanes de un mundo automatizado nos va dejando impregnados de una ausencia de humanidad, solo posible de pensarse cuando algo así, tan grave y tan doloroso, nos sacude.

Por desgracia, hace mucho tiempo que las mil formas de violencia existentes nos fueron debilitando la necesaria indignación y la urgente reflexión. Por desgracia, olvidamos que los pequeños actos cotidianos también vienen cargados de desdén y egoísmo. Por desgracia, hay quienes suman desencuentros y el alma se les va oscureciendo, a tal punto de cometer lo indescriptible. Y es ahí cuando más necesitamos de hacer una pausa y sentarnos a repensar los pasos, las palabras, las relaciones, las políticas, las costumbres, la existencia.

En esta época, cuando todo pasa tan rápido y sentimos esa necesidad de abrazar a los nuestros, vale la pena detenerse y mirar hacia adentro qué estamos haciendo con nuestras hijas, hijos, mamás, papás, hermanos, familia, compañeros… y si algo no va bien, si sentimos que podemos cambiar, mejorar, es posible que la suma de esfuerzos ayude a combatir la barbarie y haya menos ira en el aire, menos maldad en los corazones. Se llamaba Michel y sus padres la extrañarán. En su memoria y en la de tantas y tantos más, hagamos lo posible para que esta Cali sea un lugar en que se respete la vida.

@pagope

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