Sueños esféricos

Junio 26, 2018 - 11:55 p. m. 2018-06-26 Por: Santiago Gamboa

El Mundial, que nos arrulla con su entusiasmo, con esas redes que tiemblan como algas marinas ante cada gol, sigue siendo fuente inagotable de conocimiento, una verdadera propedéutica para comprender los infinitos pliegues y matices del alma humana. Nuestros futbolistas son un ejemplo: ese frustrante equipo del primer partido contra Japón, que entre otras recibió gol de cabeza de un país donde el ciudadano promedio es quince centímetros más bajito, y que nos dejó a todos por los suelos, se convirtió en otro, increíblemente. ¿Milagro, soplo divino? Como un gusano que rompe la crisálida, días después se transformó en una elegante y seductora mariposa que todos admiraron y que nos puso de nuevo a soñar, alejándonos de los complicados avatares de la vida nacional. Para la BBC, el de Colombia contra Polonia fue el partido perfecto, en lo deportivo y en lo estético. La prensa española no dudó en decir que Colombia es una de las mejores selecciones latinoamericanas. Y es que el pase de James a Cuadrado fue una obra maestra del fútbol considerado como una de las bellas artes, y me recordó al Giotto, cuando trazó un sencillo círculo en un papel y lo presentó al concurso para ser el diseñador del campanario de la basílica de Florencia. Y ganó. El semicírculo de James requiere inteligencia y sofisticación, pues aparte del armonioso viraje es como si el balón flotara o fuera un atributo del aire, dibujando el círculo central del campo. Luego Cuadrado finaliza la acción en algo sublime: carrera y disparo perfecto al ángulo bajo. Una obra maestra dual.

Lo mismo podemos decir de los otros dos goles. El pase de Quintero a Falcao es de un repentismo genial, una línea recta trazada en el único espacio en blanco dejado por la defensa polaca. O el toque delicioso de James que se eleva hasta la frente caucana de Yerri Mina y deja al portero y a los defensas manoteando entre el humo, como si hubiera caído un obús desde lo más negro de la noche. Y aquí hay que decir algo con respecto a Polonia y su tradición defensiva, pues su más alta representación pictórica, para mí, está en El jinete polaco, de Rembrandt, que se puede ver en la colección Freak de Nueva York. Uno de los cuadros que parecen confirmar la condición judía de Rembrandt, pues se dice que el modelo fue su propio hijo, y el interés por temas polacos, en sus tiempos, equivalía a una declaración religiosa, siendo Polonia el centro del judaísmo europeo. ¡Hasta que llegó el Holocausto! La pobre Polonia que siempre cayó luchando, contra los zares de Rusia y el Tercer Reich, y que se destruyó también a sí misma al ser a la vez cómplice de sus propios asesinos, de quienes destruyeron su pasado, pues sus libros más antiguos están en una urna a la entrada de la Biblioteca Nacional de Varsovia, y es una urna de cenizas. Pero esa Polonia triste fue la misma que produjo a Chopin y sus bellas polonesas, la novela Ferdydurke del escritor apátrida y desobediente Witold Gombrowicz, que inventó la crema Nivea y los poemas deWisl awa Szymborska. Una nación admirable pero cubierta por un halo melancólico.

Ahora le tocó, en ese metafórico campo de batalla que es el terreno de juego, caer ante el equipo de un país lejano, probablemente igual de católico y con las mismas ansias de existir o dejar huella en esa otra realidad paralela que es el gran fútbol.

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