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Plinio, el maestro

Ahora que la crónica se ha presentado oficialmente como el tercer género literario en prosa (al lado del cuento y la novela), y que en Colombia tenemos a uno de sus tres mosqueteros en español, don Alberto Salcedo Ramos (los otros dos, por si acaso, son Caparrós y Villoro), no vendría mal recordar al más grande cronista del país, aunque en una época en que la crónica no gozaba de tanto prestigio.

20 de junio de 2017 Por: Santiago Gamboa

Ahora que la crónica se ha presentado oficialmente como el tercer género literario en prosa (al lado del cuento y la novela), y que en Colombia tenemos a uno de sus tres mosqueteros en español, don Alberto Salcedo Ramos (los otros dos, por si acaso, son Caparrós y Villoro), no vendría mal recordar al más grande cronista del país, aunque en una época en que la crónica no gozaba de tanto prestigio. Se llama Plinio Apuleyo Mendoza.

Acabo de releer un viejo libro suyo que, al ser publicado, levantó ronchas. Ronchas enormes y probablemente por eso desapareció de inmediato, tras una tímida edición, en 1984. Se llama La llama y el hielo. El libro contiene cinco perfiles escritos en primera persona: cuatro amigos, intelectuales y artistas famosos, y su padre, Plinio Mendoza Neira. El misil que explotó, y que acabó por herir al propio Plinio, está en los dos primeros textos: uno muy extenso, de casi 150 páginas, sobre Gabriel García Márquez, y otro más breve, de unas cuarenta, sobre Fernando Botero. ¿Qué fue lo que ocurrió? Ya ha pasado mucho tiempo, ya las aguas volvieron a cerrar su pudoroso manto, así que lo diré rápido: el perfil de García Márquez incluía una breve crítica sobre su postura ante el famoso ‘caso Padilla’ de Cuba, lo que indispuso a los García Márquez con Plinio, y el de Botero era un muy directo ajuste de cuentas por una rivalidad de varones ante una primorosa dama colombiana que, en aquellos años, vivía en París, y a la cual ambos pretendían.

La reacción contra Plinio fue virulenta. Su amistad con García Márquez y Mercedes se vio afectada, y con Botero ni se diga. Las razones de cada cual fueron esgrimidas en privado, sin duda, y debió haber reconciliaciones y perdones, eso no lo sé; el tiempo pasó y el olvido fue apaciguando las cosas, pero en estos días que lo he vuelto a leer, lejos de esas consideraciones, he llegado a la conclusión de que es uno de los más grandes libros de crónica que se han publicado en Colombia. El perfil de García Márquez, que es la pieza central, es una obra maestra. Una verdadera lección. El retrato de la juventud y la pobreza en París, los trabajos periodísticos en Caracas y Bogotá, las vivencias en Cuba, el premio Nobel, las largas conversaciones, el viaje a la URSS. Uno de los mejores textos, además, sobre las difíciles relaciones entre escritores.
Y así, en un mundo de amiguismos y compadrazgos, la lección de Plinio es que la verdadera crónica debe contener un compromiso, un riesgo vital. Una cierta vocación suicida. Y que debe escribirse, como lo hizo él, contra todo cálculo. ¿Sabía Plinio que ese libro lo iba a indisponer con su mejor amigo, García Márquez, uno de los hombres más poderosos del planeta, y con Fernando Botero, otro titán del mundo? Sin duda que sí, pero lo publicó de todos modos. E independientemente de sus razones o las de los ofendidos, hizo un lúcido retrato de la Colombia de los años 60 y 70, de América Latina y del mundo del exilio latinoamericano en Europa. No tiene comparación con ningún otro de su género que yo conozca. Muestra además cómo todas las amistades, por cercanas que sean, contienen granos amargos; y cómo el éxito descomunal de alguien provoca alegría en su entorno, claro, pero también un involuntario desasosiego.

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