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Murakami y el ritual de escribir

Los libros del japonés Haruki Murakami son extraños, sencillos, poéticos, a veces irritantes. Por momentos parecen discurrir en el cerebro de jóvenes desesperanzados que buscan un sentido a la vida justo cuando este sentido se oculta, se pierde en la línea del horizonte, y entonces toman las decisiones más extrañas.

25 de abril de 2017 Por: Santiago Gamboa

Los libros del japonés Haruki Murakami son extraños, sencillos, poéticos, a veces irritantes. Por momentos parecen discurrir en el cerebro de jóvenes desesperanzados que buscan un sentido a la vida justo cuando este sentido se oculta, se pierde en la línea del horizonte, y entonces toman las decisiones más extrañas. Casi siempre partir, moverse del lugar en el que están, pero sin que sus decisiones afecten a nadie, o casi nadie. Sólo a ellos mismos. Por eso sus novelas, pobladas de seres frágiles, anónimos, muestran muy bien una de las facetas del individuo contemporáneo, inerme ante la propia vida e incapaz de doblegarla. Son jóvenes que piensan con frecuencia en el suicidio o se someten a extraños ritos, casi todos acompañados de enormes dosis de soledad.

Soledad, tristeza, preguntas, desamor. Este coctel de sentimientos exacerbados en la juventud está en el centro de las novelas de Murakami, y a pesar de tratarse de historias agónicas y al borde de desesperación, sus libros tienen una pátina de belleza que atrae a millones de lectores en todo el mundo. Esta atmósfera humana es la parte que me gusta de su literatura, aunque debo confesar que tiene otra que me irrita y es cuando, súbitamente, aparecen elementos mágicos o fantásticos. En su novela Kafka en la orilla, por ejemplo, irrumpen unos duendes o seres mágicos cuando un joven está en una especie de retiro espiritual, y hasta ahí llegué. Los duendes tuvieron la virtud de expulsarme de la novela.

Hace poco leí un extraño libro suyo llamado De qué hablo cuando hablo de escribir, una suerte de confesión de escritor, género que me apasiona. Este tipo de ensayos relativos al propio trabajo suele provenir de conferencias dictadas en universidades, entrevistas a medios especializados o largos artículos de prensa. A veces incluso de libros de memorias o diarios personales. Es el caso de Murakami, pues los capítulos que lo conforman son textos claramente independientes, pero cada uno centrado en un tema complementario: ¿Qué escribir?, ¿para quién?, ¿qué lugar ocupa él en la tradición literaria de Japón? Llama la atención que le dedica todo un largo capítulo al hecho de no haber ganado nunca el premio literario Akutagawa, que según se desprende debe ser el más importante de su país. Con cierta amargura, Murakami dice que el no haberlo recibido es prueba de que los estamentos literarios nipones son reacios a la literatura que está fuera de los estrictos cánones de la tradición, y deja entrever, por lo demás, que acaso el principal motivo de no recibirlo sea más bien que los jurados, incómodos y algo envidiosos de su éxito ante el público lector, le niegan ese reconocimiento final.

A pesar de ser un poco esquemático y por momentos algo simple, sus reflexiones sobre la escritura son estimulantes, y muestran cómo cada escritor se inventa su propio camino como puede. Murakami cuenta algo insólito relacionado con su primer libro: como ejercicio, escribió su primera novela en inglés, buscando palabras sencillas, y luego la tradujo a su propia lengua. De ahí el lenguaje liso, alejado de la pirotecnia formal que él mismo reconoce como su estilo propio, y que contrasta con la escritura que según dice todos hacen o aspiran a hacer en Japón. En suma, un buen libro para los jóvenes que buscan consejos sobre la escritura.

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