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La vida verdadera

Ya he hablado de la fuerza que tiene en la literatura contemporánea la narración directa de la propia vida, una tradición que tiene sus orígenes en la escritura intimista, cuando la existencia de un yo narrador permite...

13 de agosto de 2019 Por: Santiago Gamboa

Ya he hablado de la fuerza que tiene en la literatura contemporánea la narración directa de la propia vida, una tradición que tiene sus orígenes en la escritura intimista, cuando la existencia de un yo narrador permite una voz en primera persona.

Harold Bloom dice que Shakespeare inventó al ser humano, pues en sus obras aparece el yo en esos monólogos de personajes que se retiran un momento de la acción para debatir consigo mismos. Pero todos sabemos que el gran escritor del yo fue Marcel Proust, donde coinciden el del narrador y el del autor.

Recuerdo todo esto leyendo el último tomo del proyecto literario Mi lucha, del noruego Karl Ove Knausgard, en el que narra su vida con toda la realidad y desnudez posible. Esta es la sexta novela y se llama Fin.  Como en los anteriores (he leído tres), el libro se forma de dos elementos: los detalles de su cotidianidad y sus interpretaciones, divagaciones literarias o filosóficas, elucubraciones políticas o sociológicas. Semejante torbellino de pormenores y datos sólo se sostiene con una escritura de alto nivel, pero Knausgard la tiene, aunque a veces la lectura sea un poco ardua. Su esposa Linda y sus tres hijos, la visita de un amigo con la esposa y un niño, y sobre todo el trasfondo de la publicación de la primera novela de su proyecto, La muerte del padre, con el temor de que, al haber usado la realidad, los personajes mencionados se rebelen. Y es lo que pasa con el tío paterno Gunnar, el cual, antes de que el libro salga impreso, amenaza con llevar a juicio al autor. A partir de ahí, Knausgard estudia las relaciones entre el yo, la realidad y la literatura, llegando a momentos fantásticos, como la reflexión sobre qué significan los nombres, “¿qué hay en un nombre?” (pregunta que se hace Joyce en Ulysses), y la idea de la crítica Ingeborg Buchmann, citada por él, de que en la literatura más reciente no hay grandes nombres, al estilo de Emma Bovary, Alonso Quijano, Hamlet, los hermanos Karamazov o Hans Castorp, una discusión que se vuelve interesante por fuera del libro si se piensa que, en 1958, los dos best sellers mundiales eran dos novelas escritas por rusos que llevaban el nombre en el título: Lolita, de Nabokov, y Doctor Zhivago, de Pasternak. En nuestro mundo, por ahora, ha sido suficiente con José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, Pedro Páramo y La Maga de Cortázar. ¿Olvido muchos? En mi generación recuerdo a Rosario Tijeras y a Arturo Belano, puede haber más.

La infinita novela río o novela vida de Knausgard sigue su cauce y de repente se transforma en un sesudo ensayo sobre el yo y la literatura, el yo y la historia, el yo y el dolor. Hace un análisis de la triste vida de Paul Celan a través de algunos de sus versos, y, sorpresivamente, la del joven Adolf Hitler aspirante a artista, vendiendo sus cuadros en los bares de Viena para no morir de hambre, en 1909. Para esto se vale del biógrafo Kershaw y de la autobiografía Mi lucha, y durante muchas páginas vemos a ese hombre solitario, frustrado por el rechazo de su arte. Muchas vidas van pasando por la novela: la de Kafka y Hamsun, la de Joyce y Borges. Al fin y al cabo, parece decirnos Knausgard, la verdad de la vida está en la verdad de las palabras que la narran, y por eso él nos informa de los libros que le permitieron escribir la suya. Su larga y turbulenta verdad.

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