La identidad del fútbol
Tras mi derrota electoral del domingo (me cuento entre los perdedores), llegó este martes la segunda derrota en el campo de fútbol de Seransk, en Rusia. Una selección nacional con grandes individualidades que, para desespero de todos, no logró dar pie con bola la mayor parte del tiempo, y las pocas, casi ínfimas genialidades de los grandes, no alcanzaron para que el resultado fuera al menos la igualdad. Qué lástima. Eso sí, al ver el gol del joven Juan Fernando Quintero me emocioné, y no sólo por el empate transitorio, sino sobre todo por él, por su familia, pues sé de la historia de su padre, desaparecido hace veinte años y, según la hipótesis más viable, un probable falso positivo, pues fue durante un reclutamiento del ejército, mientras lo trasladaban de un batallón a otro.
También me conmueve Cuadrado, sustituido por razones misteriosas cuando era el mejor. ¡Pobres muchachos colombianos! También por la vida de Cuadrado pasó la violencia. A sus 4 años vio a su padre asesinado en la calle. Era conductor de un camión de gaseosas. La bala salió del arma de un paramilitar, en Necoclí, pero no es seguro que quisieran matarlo. Pudo haber sido un error o una bala perdida. Otro huérfano de la violencia, como Quintero, como el ciclista Rigoberto Urán. Porque nuestros deportistas son como nuestros soldados o guerrilleros: vienen de la pobreza campesina, de la pobreza indígena o afro. Son las verdaderas víctimas de la historia de este país y lo seguirán siendo.
Por eso tengo tendencia a ser comprensivo con ellos, porque en el fondo nuestro fútbol es la metáfora de nuestros sueños, casi siempre quebrados por las astillas de la realidad y bañado con la sangre de los inocentes, bajo las carcajadas y la crueldad de hombres sin rostro que, por mucho que se escondan, todos sabemos quiénes son. Por eso nuestro fútbol es irregular, temeroso, a veces genial, y cuando estalla puede llegar a ser más efectivo que cuando está en calma. El fútbol refleja el alma de una nación. El alegre de Brasil reproduce la capoeira y su herencia de juego corporal proveniente de los esclavos negros que huían de los campos de siembra, en el siglo XVII. El de Alemania es un proyecto racionalista y una especie de tercera revolución industrial basada en la efectividad y el dominio tanto aéreo como motorizado de las filas enemigas. El de España es tan agónico y retador como el Don Juan de Zorrilla, y cuando resbala hacia lo trágico puede lograr los niveles de un Lorca en su teatro más oscuro. Inglaterra es el individualismo, la ética protestante y el espíritu del capitalismo en el terreno de juego, sin florituras ni arpegios. El de Argentina es en apariencia arrogante, seguro de sí mismo, pero con una grieta esencial en el espíritu que acaba poseyéndolos, doblegándolos como le pasa a Messi y como en los tangos de Discépolo. México tiene dos identidades: una visible, sobre el campo, y otra muy poderosa que proviene del subconsciente indígena; cuando logra conectarlas es imbatible, como lo fue con Alemania: Chac Moll versus Martin Heidegger, la más grande hazaña latinoamericana del mundial. Es justo en este contexto que Colombia tendrá que esperar al siguiente encuentro contra Polonia. Y una pizca de humillación por haber perdido puede hacerle bien, pues es nuestra tradición nacional: la de progresar de fracaso en fracaso.
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