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Extrañas simetrías

A veces hay complejas redes en las cosas que uno hace o dice o lee, formas geométricas en el propio destino o en el aire por el que nos paseamos, inocentes, no lo sé.

25 de julio de 2017 Por: Santiago Gamboa

A veces hay complejas redes en las cosas que uno hace o dice o lee, formas geométricas en el propio destino o en el aire por el que nos paseamos, inocentes, no lo sé, lo cierto es que hace un par de semanas me encontraba solo, en París, caminando al desgaire, recreando lo que fue mi juventud en esa ciudad en la que viví diez años y que, por eso mismo, en cada esquina esconde un recuerdo, una mina que puede explotar, un dolor o un amor o un libro que los contiene, en fin, iba por ahí, al ritmo del antojo, y al llegar a Les Halles me acerqué a los cines. A ver qué daban. Sabiendo que París es la ciudad a la que van a vivir las películas cuando mueren, me puse a mirar los afiches de lo que se proyectaba esa tarde, y me llamó la atención, en uno de ellos, una gorra nazi y una cara adusta. El título era HHhH. Eso está basado en una novela, me dije, y recordé haber conocido y charlado muy sabroso con el autor, el francés Laurent Binet, en el Hay Festival de Cartagena, así que compré una boleta y entré a verla. Serían las cuatro de la tarde.
Lo que vi me dejó impresionado.

HHhH es la historia de Reinhard Heydrich, el gobernador nazi para el Protectorado de Bohemia y Moravia durante la época del Tercer Reich, con sede en Praga, que se caracterizó por ser uno de los más sanguinarios e inhumanos, muy cercano a Himmler, al punto de que lo llamaban “el cerebro de Himmler”, y que fue asesinado en la misma Praga en una operación bautizada con el nombre clave de Antropoide, el 27 de mayo de 1942. Heydrich fue el jerarca de mayor graduación asesinado por un operativo de la Resistencia en toda Europa. En su asesinato participaron ocho personas, dos de ellas venidas especialmente de Londres. La película, y la novela cuentan la vida de Heydrich, su ascenso en la nomenklatura nazi y también la historia de los resistentes que lo mataron, del delator y de la retaliación contra Chekoslovaquia. No cuento el final para que la vean o lean el libro, pero es escalofriante.

Salí de la sala y caminé un poco, pensando en el filme, y recordé que al otro día volaba a Praga. Casi lo había olvidado. Una vieja amiga sueca, a la que no veía al menos hacía quince años, nos había invitado a mí y a mi familia a pasar unos días en esa ciudad donde acababa de ser nombrada embajadora de su país. Mi esposa e hijo vendrían desde Roma. Además de volver a la inquietante escenografía de Kafka, me alegró poder revivir algo del filme, in situ. Qué casualidad haber entrado a esa sala de cine.

Al día siguiente llegué a Praga. Victoria y su esposo, el poeta chino Li Li, nos esperaban en la residencia de la embajada sueca. Un edificio de cinco pisos al lado del castillo, en Malastrana, con una vista sobrecogedora de la ciudad, el Moldava y el puente de Carlos. Cenamos en la terraza y, viendo las luces, Victoria nos contó la historia de la casa. “Su propietario murió en un campo de concentración por ayudar a los judíos”, nos dijo, “y durante la ocupación nazi el gobernador Heydrich la eligió como su residencia. Sus oficinas estaban en el piso en el que ustedes van a dormir”. Hasta ese momento yo no había aún contado que había visto por casualidad un filme sobre él, el día anterior, pero al llegar la noche y acostarme, al lado de mi hijo, pensé que sería mejor no revelar mi historia, al menos hasta pasados unos días.

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