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El Perú y Ribeyro

Uno de los escritores para mí más entrañables ha sido siempre el peruano Julio Ramón Ribeyro, muerto en 1994.

12 de noviembre de 2019 Por: Santiago Gamboa

Uno de los escritores para mí más entrañables ha sido siempre el peruano Julio Ramón Ribeyro, muerto en 1994. De él puedo decir, sin temor a equivocarme, que me salvó la vida, o mejor, que en medio de la gran selva infestada de preguntas y dudas que es la juventud, me indicó el camino que yo mismo quería recorrer en la vida y que, por las dificultades, no lograba vislumbrar.

Gracias a él, en el París de los años 90, logré ganarme la vida como periodista y, de ese modo, financiar al escritor incipiente e insolvente que era. Porque Ribeyro, con 62 años, encontró el tiempo y la generosidad para orientar a un joven colombiano recién llegado, buscando trabajo y sin un peso. Por él entré a trabajar a la Agencia France Presse y luego a Radio Francia Internacional, y por sus libros tuve una muy alta idea de lo que significaba aspirar a ser escritor. En esos años él no tenía muchos lectores, pero sí el reconocimiento crítico y académico.

La muerte le llegó en 1994, a los 65 años, cuando por fin vivió una cierta celebridad mundana. Ese mismo año la Universidad de Guadalajara le dio el premio Juan Rulfo y las ediciones de sus libros volvieron a librerías. En Lima lo reconocían por las calles y le pedían fotos o autógrafos. La fama que nunca buscó ya estaba ahí, pero a los pocos meses murió, siendo para mí una de las muertes más sentidas. Desde esa época conservo todos sus libros, algunos con el tesoro de una dedicatoria personal, y con cierta frecuencia releo alguno para recordarlo, para estar en contacto con su mundo tan especial. Para oír su voz.

El fin de semana pasado, el Hay Festival tuvo la gentileza de invitarme a su versión de Arequipa, y una de las charlas que se me propuso fue justamente en torno a la obra y la vida de Julio Ramón Ribeyro. Qué alegría llegar al Perú y oír ese acento, sentir en el paladar el delicioso golpe del pisco sour y ver en las librerías toda una serie de títulos sobre su obra o recopilaciones de cartas que no conocía. Por supuesto que nadie le va a discutir a Vargas Llosa su reinado, pero muchos académicos y periodistas me aseguraron que, hoy por hoy, Ribeyro es el escritor más querido del Perú. “Y su audiencia crece”, les dije, pues las ediciones de sus libros circulan no sólo por toda América Latina y España, sino que se reeditan en otros países, caso de Italia, donde se presentó hace poco una recopilación de sus cuentos.

La gran sorpresa me la llevé el día del panel sobre Ribeyro, pues en la mesa estaba nada menos que su hijo, Julito, a quien apenas crucé brevemente en la época parisina ya que estudiaba cine en Londres. En él están algunos de sus rasgos: una lejana timidez, una luz opaca en la mirada. Para mi sorpresa, Julito Ribeyro es más bien gordo. La razón de su presencia es que estaba presentando un nuevo libro con dibujos y acuarelas de su padre, una faceta más bien secreta de Julio Ramón Ribeyro que me demostró, una vez más, que el talento, cuando hay, se sobrepone a todo. Regresé además con la nueva edición de sus diarios personales, La tentación del fracaso, una de las grandes obras maestras de la literatura latinoamericana que debería estar, por lo demás, en la mesa de cualquier escritor o aspirante a escritor, por la increíble cantidad de reflexiones sobre el oficio. Leer a Ribeyro, siempre. Leerlo y releerlo.

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