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En las redes circula una carta de una señora indignada. Santos, según...

15 de junio de 2014 Por: Rudolf Hommes

En las redes circula una carta de una señora indignada. Santos, según ella, ha declarado “enemigos de la paz” a los que no están de acuerdo con las negociaciones. Como no va a votar por él por eso, siente que la está igualando a ella, una señora “de bien”, con los de la Farc, unos bandidos. No tiene en cuenta que por oponerse a la paz se convierte en efecto en enemiga de ella.La semana pasada escribí un artículo en el que le hacía eco a Ricardo Silva asombrándome de que a medida que se hacía evidente que Zuluaga había estado de acuerdo con actos de espionaje y compra ilegal de información reservada aumentaba su popularidad, y sugerí que esos votantes quizás simpatizaban con los malandros o lo eran ellos mismos. Varios lectores me calificaron por ello de canalla, bellaco envidioso, y peor que todo, de viejo. Uno de ellos escribió que había “sobrepasado los límites de la decencia, el decoro, y el respeto” y “enlodado la personalidad de un hombre de bien”, como si él no tuviera que ver con el ‘hacker’. Otro lector vinculado a la campaña de la Z pidió que colgaran mis columnas. Ese talante intolerante y la incapacidad para aceptar o incluso discutir opiniones distintas a las propias son comportamientos asociados a personas cuya visión del mundo y sus valores emanan de un modelo patriarcal de autoridad, en el que el patriarca (líder, jefe, candidato) impone su verdad y eso no admite discusión. Lo que él hace o dice hay que respetarlo. Sus seguidores no deben pensar ni cuestionar. Deben limitarse a obedecer. No sorprende entonces que la mayoría de los colombianos que se atreven a pensar se han alineado con Santos. Muchos de ellos creen que lo apoyan solamente porque está a favor de la paz y se reservan el derecho de volver a la oposición una vez sea reelegido. Pero no se dan cuenta de que comparten con el candidato a la reelección muchos otros valores, una visión del mundo y una manera de interpretar la política que emana de un modelo de autoridad distinto al patriarcal que George Lakoff, de UC Berkeley, atribuye a la educación en una “familia cultivadora” que posee valores afines a los de los más progresistas (ver la columna ‘Para Entender la Polarización’, en el diario El Tiempo de hoy). Los miembros de la alianza por la paz también comparten con Santos valores como empatía y responsabilidad social. Se ocupan de los que no pueden valerse por sí mismos, y creen que el estado tiene la responsabilidad de velar por ellos. La abuela en el video que circula en las redes, que no quiere votar por “Zurriaga” sino por “ese otro”, se refiere a esto en los siguientes términos: Zurriaga dice que si quiere tener casa propia tiene que comprarla y ella no tiene con qué. Va a votar por el “otro” (Juanpa), porque él pregona que es deber del Estado facilitarle la vivienda a los ciudadanos más pobres. Además está a favor de compensar a las víctimas de la violencia y de mejorar el acceso a la tierra para los que no la tienen. Su visión es liberal progresista como la de muchos otros que se han alineado con él a favor de la paz y se asombran de estar apoyándolo. Así como en 2010 sorprendió a los que no votaron por él, el Presidente ahora atrae con sus ideas de política social a quienes solamente se afiliaron con él por la paz.