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Gaviristas vs. samperistas

Hoy se realiza la consulta para escoger el candidato presidencial del Partido Liberal. Los postulados no podían ser más representativos de lo que han sido los últimos 25 años de decadencia política e institucional del país.

19 de noviembre de 2017 Por: Pedro Medellín

Hoy se realiza la consulta para escoger el candidato presidencial del Partido Liberal. Los postulados no podían ser más representativos de lo que han sido los últimos 25 años de decadencia política e institucional del país.

En un lado está un gavirista, Humberto de la Calle, el último general de una cúpula que ha vivido del discurso de la paz y desde el gobierno ha contribuido a acabar con la descentralización, a degradar la justicia y desmantelar el papel del Estado en la política social. En el otro, un samperista, Juan Fernando Cristo, el más insigne representante de una facción partidista que irrumpió con un discurso técnico-transformador, pero terminó creciendo con el clientelismo. Y que hoy simboliza lo que la gente no quiere hacer, ni ser en la política.

Uno y otro reflejan bien lo que ha sido el descuelgue de los partidos políticos. Esto es el proceso en el que no sólo se fueron desconectando de los ciudadanos (y de los problemas que viven a diario), sino que también se han convertido en pesadas máquinas electorales y burocráticas al servicio de intereses particulares. Ambos han sido actores fundamentales en esa desconexión. En su desempeño público, no se han destacado por haber impulsado papel de los partidos como agentes que ayudan a identificar y hacer explícitos intereses contrapuestos. Más bien, sus realizaciones han hecho prevalecer los intereses electorales y burocráticos, antes que el interés general.

Tampoco se han destacado por ser políticos consistentes. Van en la dirección que el viento sople. Y siempre en favor de sus propios intereses. Uno, el gavirista, movido por la aspiración presidencial, visitando a hurtadillas la Embajada de los Estados Unidos, para urdir la caída de quien era su jefe, ha servido fervorosamente a todos los gobiernos (¿Recuerdan cuando dijo que “si gana el No en el plebiscito del 2 de octubre, simplemente no habrá acuerdo”?). El otro, como buen samperista, diestro en el manejo de las clientelas y los intereses clientelares, se ha convertido en el mejor ejemplo de cómo esa clase política regional cuando llega al nivel ministerial activa toda su capacidad para estructurar un aparato burocrático y electoral a su servicio o de sus intereses y los de su familia.

Son dos candidatos que llegan a la consulta con poder electoral artificial. Ni De la Calle en su papel como jefe del equipo negociador, ni Cristo como el gran jefe de la burocracia de la paz, tienen poder real en el territorio. Por eso su victoria dependerá del aporte de las maquinarias.
No se sabe quién será el ganador. La gran apuesta está en torno a cuántos votos logrará mover el Partido Liberal el día de hoy.

El caudal electoral es de poco más de dos millones de votos. Que han sido los obtenidos en las regiones para las elecciones a la Cámara de Representantes en 2014. Me refiero al poder electoral real que tienen los liberales en el territorio. Y ese monto es muy importante, de cara a las próximas elecciones al Congreso y, sobre todo a la Presidencia de la República.

Hay dos escenarios a considerar. Por una parte, si suponemos que sólo uno de cada cuatro de los liberales participan, al moverse en torno a los 500 mil votos, sumados a los 100 mil que les aporten los amigos de uno y otro en el Partido de la U y en Cambio radical, dejarán al Partido Liberal y su candidato como una pobre opción que debe buscar cómo mantener el umbral, para no desaparecer.

Pero por otra, si los liberales logran movilizar uno de cada dos electores, llegarán a más del millón de votos, que convierte al Partido y al candidato en un serio aspirante a la Presidencia de la República. O por lo menos en un jugador definitivo en las elecciones de mayo próximo.
Lástima que la disputa sea entre las dos tendencias que han llevado a Colombia a la debacle que hoy vivimos.