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Cuando el jefe de la minoría sabía de dignidad

El 30 de junio de 1973 se reunió la Convención Nacional. El ambiente era tenso: sobre el tapete estaban las dos candidaturas. Turbay le jugaba a la que le ofreciera más.

5 de mayo de 2019 Por: Patricia Lara

Eran otros tiempos…

Corría 1973. Entonces el expresidente Carlos Lleras Restrepo era el jefe único del Partido Liberal y Alfonso López Michelsen, el hijo pródigo, había lanzado su precandidatura.

López, un enemigo del Frente Nacional, había fundado el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) y había sido derrotado en 1962 por el abuelo de la senadora Paloma Valencia, el conservador Guillermo León Valencia, quien era el candidato del Frente Nacional, dado que la alternación en el poder de los antiguos partidos en guerra era el principal compromiso de ese pacto de paz que acabó con esa violencia y que firmaron Alberto Lleras, en representación del Partido Liberal, y en la del Conservador Laureano Gómez, un ultra godo expresidente, parecido en sus posiciones y en su virulencia al Álvaro Uribe Vélez de hoy.

La rebeldía de López causó una crisis dentro del Partido, que se solucionó cuando el liberal de izquierda, Carlos Lleras, ganó la presidencia como candidato del Frente Nacional y López, que encontró coincidencias ideológicas con él, disolvió el MRL y, en 1967, ingresó al gobierno como gobernador del Cesar y luego fue su canciller hasta el final.

Sin embargo, en 1973, Lleras y López se encontraron en orillas distintas pues el expresidente también aspiraba a la precandidatura liberal.
La otra fuerza del partido la lideraba el entonces embajador en Londres, Julio César Turbay, a quien le encantaba hacer política a punta de mermelada. Lleras se oponía a esa práctica y emprendió una cruzada para acabar con el clientelismo y depurar el liberalismo.

El 30 de junio de 1973 se reunió la Convención Nacional. El ambiente era tenso: sobre el tapete estaban las dos candidaturas. Turbay le jugaba a la que le ofreciera más. En el orden del día sólo figuraban temas administrativos.

En el receso, Lleras invitó a sus amigos íntimos a almorzar en el Club de Abogados. Recuerdo que cuando estábamos a manteles, si mi memoria no falla, el exministro Augusto Espinosa llegó con el cuento de que Turbay, por teléfono desde Londres, proponía un pacto del estilo de intercambiar el apoyo a la candidatura de Lleras por la garantía de que el nuevo gobierno, a punta de mermelada, lo impulsara como candidato para las elecciones de 1978.

Lleras guardó silencio. Al terminar el postre, cerca de las cuatro de la tarde, él, vertical, valiente, insobornable, se levantó y dijo: “¡Las ideas no se negocian. Somos minoría y vamos a actuar como minoría!”.
Nadie entendió qué quería decir. Entonces, solo, ese líder formidable, se acercó a una mesa aledaña y, en silencio, durante más de una hora, hizo innumerables carambolas de billar.

Hacia las seis de la tarde se reanudó la Convención. Lleras pidió la palabra e hizo una propuesta suicida, que nadie imaginó: solicitó que se definiera esa misma noche, y mediante votación nominal, quién sería el candidato único del Partido Liberal. Sus amigos nos miramos aterrados. Yo me puse a llorar.

La derrota se produjo. Lleras salvó al país de que, al ir el liberalismo dividido, ganara la Presidencia el hijo de Laureano, Álvaro Gómez, el rival conservador.

Entonces salió del recinto con la frente en alto y la dignidad intacta.
¡Qué buena lección para estos tiempos de indignidad en que, valiéndose de argucias indefendibles, el partido de gobierno y su jefe, el expresidente Uribe, a base de triquiñuelas, pretenden desconocer las mayorías para hacer trizas la paz!

Sigue en Twitter @patricialarasa