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Paola Guevara

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Papel y lápiz

La tribu que lee los libros en papel y está suscrita a periódicos y revistas impresas, por el solo placer sinestésico de acariciar las fibras del papel con la yema de los dedos.

18 de septiembre de 2023 Por: Paola Guevara

Pertenezco a la tribu en vía de extinción que prefiere el papel y el lápiz por encima de tabletas y plumas digitales. La tribu que lee los libros en papel y está suscrita a periódicos y revistas impresas, por el solo placer sinestésico de acariciar las fibras del papel con la yema de los dedos.

La tribu que padece la exquisita adicción de la bibliosma, término que se refiere al particular olor que se desprende de los libros antiguos.

El papel como soporte permite evitarse, por qué no, todo el odio que destila la cantera de las redes sociales, donde agredir es deporte nacional y donde ya no se sabe quién es pensador independiente y quién parte de una bodega pagada para direccionar el debate público.

Los de mi tribu rayan. Subrayan. Escriben comentarios a pie de página. Ilustran señales de interrogación y signos de admiración ante cada evidencia de locura nacional. Dejan la marca de la taza del café, como una luna menguante, sobre más de una página.

Los que tienen tijeras para recortar las noticias, y llegan al extremo de pegar en un cuaderno los artículos que les resultan útiles por trabajo, o aquellos que les abren incontables ventanas de oportunidad por su interés puramente personal.

Quizá por pertenecer a esa tribu que siempre quiere tener papel y lápiz a mano, me llamó tanto la atención la noticia que lleva días acaparando titulares: “Bajo ataque cibernético está Colombia”.

Millones de procesos judiciales que ya estaban legendariamente afectados por nuestra paquidérmica administración de justicia, ahora quedaron peor de afectados con el ataque de los hackers.

Al Ministerio de Salud, de por sí enfermo, le secuestraron las plataformas y los aplicativos que permiten, por ejemplo, que los médicos ordenen medicamentos, tratamientos y cirugías, y en vilo quedará buena parte de las cirugías y consultas de alta complejidad, por solo citar una mínima parte del caos.

Supersalud, Ministerio de Agricultura, el ICA, y muchas otras entidades están en jaque, dice en la página izquierda de mi periódico, y en la derecha, por una suerte de irónica coincidencia, reposa la noticia de que 3.045 colombianos se suicidaron el año pasado. Lo que no dice es qué porcentaje se debe a la tramitología y la música de las líneas de (des)espera telefónica.

Llama la atención la orden del Ministerio de Salud, que ha pedido a EPS, hospitales e IPS que retornen al lápiz y al papel para funcionar. Sí, releo y es cierto, no leí mal: la Judicatura también aconseja volver al trabajo con papel y lápiz para seguir atendiendo en juzgados y audiencias.

Cuando falla la promesa de lo digital, nos damos cuenta del enorme riesgo que corre la vida de los ciudadanos, o la impartición de justicia, por depositar una confianza tan absoluta en una empresa perfectamente hackeable como IFX, cuyo backup estaba en el mismo entorno donde se hizo el ataque cibernético. Vaya genialidad.

Volver al lápiz y al papel ya nos parece tan retrógrado, tan nimio, una solución tan de bolsita de té para saborizar el océano, que nos hacemos conscientes de la enorme fragilidad del mundo en que vivimos.

Nuestros datos, nuestra historia médica, nuestra información bancaria, el funcionamiento mismo de un país, depende de un candado digital. Y, son retorno posible, hemos perdido la llave.

Miro mi lápiz, invento perfecto, como el tenedor, como el libro, como el papel y el pan, y pienso en el poder salvador de las cosas pequeñas, y en cómo la humanidad vuelve a veces a ellas con la humildad de un náufrago.

Decía Paul Auster que se hizo escritor por la costumbre llevar siempre un lapicero en el bolsillo de la camisa, hábito que adquirió cuando de niño perdió la oportunidad de tener el autógrafo de su estrella de béisbol preferida. Nadie tenía una pluma, y el beisbolista se marchó para continuar con su vida. Sin lápiz y papel a la mano, la vida nos pasa de largo sin que dejemos su registro.

Me temo que empeorará no solo la salud física de los colombianos, sino la mental, por cuenta de los hackers. Y la verdadera noticia es esa, ¡que todo podía ser peor! ¡Que éramos felices y no lo sabíamos!, como reza el título del libro de Melba Escobar.

Este año van más de 20.000 millones de intentos de ataque digital en Colombia. Así que valga, para este lunes, un consejo de calibre ministerial: tengan siempre un diario en la mesa de noche, la guantera del carro, la cartera, los cajones, la alacena, la maleta de viaje. Y un lápiz. Nada tan sanador y liberador como el ejercicio de consignar los sueños y las ideas, los momentos de inspiración y hasta los enfados y garabateos. En un mundo cada vez más etéreo, queda demostrado, lápiz y papel no pasan nunca de moda.

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