No te reinventes

No. Para qué. Qué sentido tiene unirse a la que llamas infructuosa y transitoria moda de la reinvención. Oponte a la trillada palabreja, quéjate, protesta e indígnate contra la “dictadura de la reinvención” que los pensadores de la pandemia nos proponen.

Argumenta, por ejemplo, que no ha habido un cambio significativo en el ADN humano en los últimos 10.000 años, lo cual es cierto, y que sería francamente peligroso reinventarnos como especie.

Con qué propósito emular a las frías computadoras que, según la ley de Moore, duplican su velocidad y complejidad cada 18 meses. Mejor quédate como estás. Aférrate con uñas y dientes a las viejas formas y hábitos.

Espera que la pandemia nos dé un respiro y volvamos a abarrotar juntos las autopistas desiertas, hagamos filas eternas en el supermercado solo por sentirnos vivos y necesarios; diseñemos reuniones más largas que nunca, para sentir que valemos. Volvamos a idolatrar a los futbolistas e ignorar a los científicos.

Huyamos. Huyamos a toda velocidad de los hijos, de la esposa tantas veces vista, del esposo tantas veces besado. Si esto del confinamiento sigue se dañaría la excusa perfecta que teníamos para seguir dando migajas mediocres de afecto.

Era tan bien visto aquello de “tengo trabajo” los sábados y los domingos, querida. Tenía tan buena fama eso de sobreexplotarnos y moler los rodachines de las sillas giratorias para retardar el momento de llegar a casa.

No nos reinventemos. Hagamos de cuenta que no existen los correos electrónicos o las plataformas virtuales, reclamemos de un zarpazo el espacio recuperado por los ríos y los pájaros.

Desplacémonos todos, como si nada hubiera pasado, hacia clases universitarias presenciales y eternas, hacia citas irrelevantes y diligencias inocuas, porque el tiempo de vida es un recurso abundante e inagotable. Como el ozono. Como el agua.

No modifiques nada, que la reinvención es un invento neoliberal. ¿O comunista? Como sea, qué pesados los profetas de la reinvención que pretenden enseñarnos cómo vivir.

Vota por consumir la rosquilla entera de los recursos del planeta, sin reescribir el destino de nuestras ciudades; sin hacerle caso a la economista Kate Raworth, de Oxford, quien propuso circunscribirnos -como humanos- al espacio central de la dona.

No te reinventes. Que nadie te pretenda mejorado. Sigue pensando que son los otros, no tú, los que deben adaptarse para sobrevivir.

Sigue en Twitter @PGPaolaGuevara