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Un Estado fallido con los niños

Siento profundamente decirlo, pero el dictador de al lado tenía razón: Colombia sí es un Estado fallido. No por las razones que el hombre que tiene reventado a su país por dentro esgrime; o por los improperios que lanza a sus homólogos, cuando repele la protesta de su pueblo con tanquetas, carcajadas de infamia y bailes de bufón.

26 de abril de 2017 Por: Paola Andrea Gómez Perafán

Siento profundamente decirlo, pero el dictador de al lado tenía razón: Colombia sí es un Estado fallido. No por las razones que el hombre que tiene reventado a su país por dentro esgrime; o por los improperios que lanza a sus homólogos, cuando repele la protesta de su pueblo con tanquetas, carcajadas de infamia y bailes de bufón.

Quizás decirle que tenía la razón es una bofetada. Pero su frase se ciñe de manera justa a lo que está pasando en este país hoy: somos un Estado fallido con los niños, incapaz de protegerlos de los monstruos que hemos engendrado en una sociedad con un estado mental fallido; en un país con una política de salud mental fallida; en una estructura familiar (vaya paradoja, ahí están los mayores verdugos) fallida y en crisis; en una cadena de detección temprana del abuso sexual fallida y como colofón, ya sin haber podido hacer nada antes para evitarlo, con una justicia de penas fallidas, donde en muchos casos para llevar a la cárcel a un violador, antes de que mate, hay que cogerlo en flagrancia.

Sí, somos un Estado fallido, aunque alardeemos de vivir en una democracia, de haber firmado la paz con las Farc, de las mejoras en la inversión extranjera y de que parte de nuestra población tenga garantizado sus servicios. Nada será suficiente si seguimos en el diagnóstico y esperando a que ocurra un caso peor al anterior para de nuevo exigir cadena perpetua para violadores de menores; si mientras no se revisan las causas y se toman las acciones en un país donde un educado arquitecto, un soldado, un papá o una amigo cercano al menor, sin distingos de condición social, tienen las agallas para destrozar la inocencia y en muchos casos hasta asesinarla.

Dijo el director de Medicina Legal, Carlos Valdés, que el caso de Sarita, la niña de 3 años violada y asesinada en Armero Guayabal Tolima, es uno de los más violentos que se haya conocido en menores de edad. Uno escucha la frase y siente ganas de llorar. Eso, sumando al desconsuelo de saber, en pleno Mes del Niño, que a diario son abusados 48 menores en Colombia. Que solo en el primer trimestre del año se realizaron 4.315 exámenes a niños víctimas de abuso. Que un soldado de 19 años violó una bebé en el Meta. Que hay una niña de once años embarazada, tras ser violada por su abuelo y la lista sigue.

Por eso, más que por la discusión del día en redes sociales, por la polarización eterna, los escándalos de corrupción, la inseguridad, la falta de vergüenza de muchos políticos y de autoridad de tantos otros, no creo que haya algo más importante que revisar lo que ocurre en nuestros hogares, en nuestras escuelas, en nuestras políticas públicas de salud mental, en nuestra legislación y en nuestro sistema judicial para evitar que sigamos siendo un Estado fallido con los niños, incapaz de proteger a quienes son la esperanza de este mundo, al que de paso y como vamos les entregaremos también fallido.

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