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Los hijos de los diputados

“No quiero seguir siendo una víctima, no quiero que me recuerden por mi duelo, ni sientan lástima por mí. Prefiero que me recuerden como una mujer que sabe lo que quiere y hasta dónde quiere llegar."

21 de junio de 2017 Por: Paola Andrea Gómez Perafán

“No quiero seguir siendo una víctima, no quiero que me recuerden por mi duelo, ni sientan lástima por mí. Prefiero que me recuerden como una mujer que sabe lo que quiere y hasta dónde quiere llegar. Sé que mi historia siempre será parte de esa identidad, pero no la es toda, y no dejaré que el dolor me siga definiendo”.

Las palabras de Daniela Narváez, hija de Juan Carlos Narváez, asesinado en cautiverio por las Farc junto a otros diez asambleístas del Valle, calan en el alma. El mensaje, que hace parte de su reciente discurso de grado como bachiller, da cuenta de lo que la joven ha construido durante la ausencia de su padre, caminando de la mano de su madre, Fabiola Perdomo, y construyéndose a sí misma, con un valor que reviste a tantas víctimas de este país y que llaman resiliencia.

Al cumplirse diez años de la masacre de los diputados, el país revivió uno de los más duros hechos, en más de 50 años de guerra con las Farc. Quienes estuvimos para contar como periodistas tan duro capítulo fuimos testigos de la prematura tristeza, la decepción, los días de marchas, los discursos arrebatados a la fuerza por micrófonos ausentes de compasión y las fotos y mensajes que los niños de entonces daban, tratando de entender por qué sus papás no estaban en casa.

Sebastián Arismendy, hijo del diputado Héctor Fabio Arismendy, siempre recuerda que la suya no fue una infancia normal; que tuvo que asumir un rol que no era el de un niño más, que odió por años a las Farc, que los perdonó porque no quiere rencor en su vida, que aprendió a conectarse con su papá escuchando una canción que él compuso, y que decidió ser un firme activista por la paz.

Laura Charry, la hija de Carlos Alberto Charry, supo que su padre había sido asesinado justo el día en que era su grado del colegio. Hace poco recordaba cómo en el último mensaje que recibió de él en cautiverio le decía “mi morochita, espero estar en tu graduación”. Hoy, Laura piensa que ojalá los diálogos con las Farc se hubieran dado cuando su padre estaba en cautiverio, “pero bueno, estamos vivos y vienen nuevas generaciones. La guerra no se puede repetir, eso es infame”.

Con su mensaje, Daniela, Sebastián y Laura nos recuerdan la grandeza de quien se hace valiente, se levanta y sigue en la más dura jornada. Imposible olvidar, en un país con tantas cicatrices y heridas abiertas por el conflicto, esa es parte de nuestra memoria. Pero en tiempos de reparación, en un país que parece condenado a la polarización eterna, prefiero quedarme con otro aparte del discurso de grado de Daniela y pensar en una Colombia posible: “Este logro es para él (su papá) y para mi madre, para que estén orgullosos de la hija que tienen, la hija que honrará sus nombres mientras viva”.

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