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La rabia sorda

En esa olla a presión estamos los de un lado y del otro y también los del medio viendo la realidad en fragmentos de video, que juntos cuentan esta narrativa de un país en llamas que nos convirtió en adictos a la adrenalina de lo que nos mandan, de la reproducción instantánea, del reenvío en cadena. A veces ni siquiera pensamos para escribir o replicar.

23 de mayo de 2021 Por: Paola Andrea Gómez Perafán

-Nos volvimos adictos a la adrenalina que nos producen los videos y toda la información que nos llega a diario. El odio en las redes sociales está empezando a generar un efecto muy nocivo. Hay una rabia sorda que se va extendiendo y creo que es el momento de frenar. Tenemos derecho a la legítima protesta pero ya es hora de controlar las emociones y de apelar a la democracia participativa. La batalla está en las urnas, en las elecciones del próximo año, en construir una democracia horizontal, afectuosa, sin q ue deje de ser combativa y fuerte, pero respetuosa de los derechos de quienes no piensan como nosotros-.

El mensaje del escritor Mario Mendoza es tan claro en describir lo que está pasando hoy como en la necesidad de reflexionar. Lo dijo entre las múltiples preguntas que deja su libro Bitácora del Naufragio, un viaje al interior de la humanidad en pandemia, que en su sentir no nos cambió para nada, a pesar de que hace un año largo jurábamos, entre los primeros síntomas del confinamiento, que tras el covid este sería un mundo mejor.

Pues bien, ahora, además, atravesamos por el mayor estallido social de la historia reciente, en una Colombia con profundas desigualdades que se cansó de callar y que parece no estar dispuesta a dar un paso atrás, mientras esa otra Colombia la mira abrumada y clama por que le devuelvan la paz, la dejen producir y no la asfixien más.

En esa olla a presión estamos los de un lado y del otro y también los del medio viendo la realidad en fragmentos de video, que juntos cuentan esta narrativa de un país en llamas que nos convirtió en adictos a la adrenalina de lo que nos mandan, de la reproducción instantánea, del reenvío en cadena. A veces ni siquiera pensamos para escribir o replicar. O quizás escribimos lo que pensamos en realidad, pero que al decirlo en voz alta suena desgarrador.

Así van apareciendo esas descargas brutales de rabia sorda que se expande, grita, mata con las palabras o condena a muerte. De indignación por la violencia sexual de un lado, pero indolente frente a la del otro. De la empatía cuando me conviene. De la solidaridad cuando es con los míos. Del desconocimiento de los derechos del que piensa distinto, porque los únicos derechos son los suyos y la única verdad es en la que usted cree. De las condenas descarnadas frente al caído o al que debe caer y pagar con sangre… Estamos presos por una sordera rabiosa y colectiva que asusta, asusta mucho. A veces tampoco es seguro callar porque serás cobarde, pusilánime o hasta criminal.

Mientras esperamos el video, la foto o la opinión de la hora, valdría la pena empezar a encontrar el alivio para una psiquis afectada por un desolador acontecer. Un buen inicio sería tratar de escuchar y entender a quien tenemos enfrente. Evitar la confrontación armada y transitar hacia un diálogo honesto, vehemente y firme pero respetuoso. De ese que por tantos años ha estado ausente porque decidimos relacionarnos entre iguales y odiamos, ignoramos o estigmatizamos al de la derecha, al de la izquierda o al de centro.

Suscribo la invitación a trascender los días de furia y entender que ya es hora de reflexionar, desde el diálogo más cotidiano hasta la concertación pública; de que en ella se incluyan todas las voces, todas. De despojarnos de resentimientos y vanidades. Porque si no nos ponemos de acuerdo seguiremos destrozando lo poco que ahora queda de lo que alguna vez fue común.

Que sea en las urnas donde libremos la batalla por el cambio, con un voto a conciencia y sin dejarnos comprar la conciencia. Suena utópico y hasta romántico pensar que la salvación está en la democracia. Pero es una utopía por la que sin duda, en tiempos de tinieblas, vale la pena apostar. 
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