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El tumor de El Peñón

No se trata de una mera nostalgia adolescente. Se trata de exigir un poco de respeto por esos edificios que hablan de nuestra memoria. Y de reversar la imagen que nos ofrece hoy, que retrata lo que tristemente a veces somos como ciudad.

9 de noviembre de 2017 Por: Paola Andrea Gómez Perafán

Hay edificios que hablan de nuestra historia. El emblemático edificio amarillo, situado en frente del Parque de El Peñón es uno de ellos. Y lo es desde inicios del Siglo XX, cuando abrió sus puertas el primer colegio para señoritas de Cali y el tercero en antigüedad de esta ciudad, solo superado en años por el San Luis Gonzaga y el Santa Librada.

Hay edificios a los que uno conoce de memoria. El de la Sagrada Familia es uno de MIS edificios, aunque no haya escritura que me certifique como dueña. Allí pasé seis años de mi vida, antecedida por otros seis en su sede de Valle del Lili: soy egresada orgullosa de un colegio que hace parte de la caleñidad, esa de la que me ufano defensora, como se defienden las cosas que se llevan en el alma.

Hace una semana entré a MI edificio, mientras tarareaba eso que dice: “uno vuelve siempre, a los viejos sitios, donde amó la vida…”. Entonces volvieron a la mente postales en un bello patio central, tapizado de verde, con palmas espigadas.

De ese patio ya no queda nada. El verde fue remplazado por un frío gris. Sé lo mucho que les molesta a los promotores de la obra que escribamos estas columnas, pero no necesito un permiso legal para decir lo que veo y pienso: el otrora edificio patrimonial, hoy preso por una disputa entre los gestores de la construcción y el Municipio aparece en las panorámicas actuales de Cali como un tumor en El Peñón, donde el antiguo claustro amarillo carga a su espalda una espantosa joroba metálica.

Que sí les dieron permiso para alzar esa estructura metálica; que tienen demandado al Municipio por $45.000 millones por los daños económicos causados con las parálisis; que no han alterado lo inalterable, que en obras complejas se permiten cambios a lo inicialmente planteado; que su interés es el desarrollo de esta ciudad…

Todas estas razones podrán ser valederas, como también lo son las del Municipio: que no se respetó el bien patrimonial, que invirtieron el objeto central del proyecto y ahora es más centro comercial que hotel; que sobrepasaron 2.500 metros lo construido; que no hicieron la inclinación que proponía su estructura metálica para no impactar el paisaje...

Hoy, ese tumor de El Peñón es un símbolo de lo que pasa con muchas cosas en Cali: cada quien jala para su lado, no hay conciliación y al final la que pierde es la ciudad. Porque que quede ese edificio abandonado en medio de un litigio no es solución; como tampoco lo es que siga como va, sin atender observaciones, así les albergue la razón legal: la ética también existe, la estética también existe.

No se trata de una mera nostalgia adolescente. Se trata de exigir un poco de respeto por esos edificios que hablan de nuestra memoria. Y de reversar la imagen que nos ofrece hoy, que retrata lo que tristemente a veces somos como ciudad.

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