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¿Y de la reactivación ?

En el caso particular de Cali, es innegable que el proceso de vacunación está funcionando relativamente bien, tal vez mejor de lo que muchos proyectaban cuando comenzó.

15 de abril de 2021 Por: Ossiel Villada

Conforme avanza el tercer pico de la pandemia -con una velocidad y un impacto que ni siquiera las mismas autoridades de salud parecían tener en sus cuentas-, más quedan en evidencian nuestros aciertos, errores y en general el aprendizaje que deja esta agotadora batalla contra un enemigo invisible e impredecible.

En el caso particular de Cali, es innegable que el proceso de vacunación está funcionando relativamente bien, tal vez mejor de lo que muchos proyectaban cuando comenzó.

Sí, es cierto que por estos días los indicadores negativos de la pandemia -contagios, muertes, nivel de ocupación de UCI- están subiendo aceleradamente. Pero eso habla mal de nuestro comportamiento como ciudadanos, no de la vacunación en sí.

La estrategia local de crear una red de megacentros de vacunación que concentran el grueso de la operación, acompañada de un plan logístico muy preciso y de una fuerte convocatoria a la población para que asista a ellos, ha generado dinámica, credibilidad y confianza de la ciudadanía en el proceso.

Seguramente hay muchas cosas por ajustar, pero es un acto de simple justicia reconocer la tarea que han adelantado las autoridades de salud de Cali y el Valle, así como el equipo científico que las asesora, para enfrentar este reto descomunal.

La vacunación en los megacentros, según muchos testimonios, es una experiencia fluida, eficiente, amable y muy profesional, lo cual amerita un gran aplauso para el personal operativo que la realiza.

No se puede decir lo mismo sobre las EPS. La gran cantidad de quejas de ciudadanos que no han recibido ni el primer mensaje sobre cuándo y dónde vacunarse, o que ni siquiera aparecen en sus bases de datos, confirma que son entidades donde reina la ineficiencia y la desorganización.

Hecho que contrasta con el esfuerzo y el heroísmo del personal médico y paramédico de primera línea que trabaja en ellas.

En lo que sí nos estamos ‘rajando’ en Cali es en el asunto de la reactivación de la economía. La tasa de desempleo local superó el 20% en febrero, el número de personas ocupadas en los dos primeros meses se estancó y la informalidad está disparada.

Cada vez hay más noticias sobre negocios quebrados o en dificultades. Y el regreso de las medidas de cierre de la ciudad, como la que entrará en vigencia el fin de semana, pueden significar el fin para muchas pequeñas empresas y emprendimientos.

Por eso sorprende que, frente a un panorama tan grave, la Alcaldía de Cali se haya tardado tanto en pasar de las palabras a los hechos. Primero llegó el tercer pico de la pandemia, antes que las acciones concretas de un plan de reactivación sobre el que -por lo menos hasta el momento en que escribo estas línea- solo conocemos una foto social. Literal.

Ese acuerdo, que incluye un fondo de $30.000 millones para atender las necesidades de los sectores más golpeados, se anunció hace casi un mes con bombos y platillos. Pero solo hasta hoy, según dijo ayer el Alcalde, estaría llegando al Concejo Municipal el proyecto para ponerlo en marcha.

Y lo poco que sabemos al respecto es que contiene apuestas de reactivación para el mediano plazo, pero no acciones de choque para atender las afugias inmediatas de los más afectados por la pandemia.

La lección que ya aprendimos es que no existe tal dilema entre salvar la vida o salvar la economía. Para salvar la primera es necesario proteger la segunda.

Y también sabemos que las acciones del Gobierno Nacional no son suficientes para llegar a todos los rincones y pobladores del territorio.
Por tanto, urge que el Gobierno local active sus botes salvavidas.

Lo preocupante es que aquí andamos como en los primeros diez minutos después del choque del Titanic. Nadie parece advertir que corremos el riesgo de hundirnos.

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