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La Petrofobia y la Petrofilia

En realidad, lo que se esconde detrás de la ‘Petrofilia’ es un nivel de vanidad y arrogancia tan grande y dañino como el que hay en la ‘Petrofobia’. Los extremos siempre terminan pareciéndose.

4 de agosto de 2022 Por: Ossiel Villada

Dos rasgos de comportamiento, opuestos entre sí, se han exacerbado por estos días entre la sociedad colombiana: la ‘Petrofobia’ y la ‘Petrofilia’. Vale la pena precisar la raíz de ambas expresiones, que suelen confundirse en la vida cotidiana.

Una fobia, según define la psicología, es el rechazo y el miedo desproporcionado e irracional frente a cualquier cosa: un ser vivo, un objeto, un lugar, una situación.

Una filia es todo lo contrario: se refiere a la atracción y el amor, que en algunos casos puede llegar a ser irracional, por algo.

Dicho eso, es claro que, a pocas horas de la posesión del nuevo presidente de la República, gran parte de este país está dividido entre la gente que sufre de ‘Petrofobia’ y la que padece de ‘Petrofilia’.

Y no sé si mis amigos psicólogos estarán de acuerdo, pero me atrevo a caracterizar ambos comportamientos como patologías.

Los ‘petrofóbicos’ son personas que ya andan con artrosis en las manos, de tanto cruzar los dedos para que a Gustavo Petro le vaya mal desde el primer día de su Gobierno.

Es gente que a estas alturas todavía no ha logrado superar la ‘tusa electoral’ de la segunda vuelta y sigue hablando como si aún estuviéramos en campaña. Su pasatiempo predilecto es ser ‘profetas del desastre’. No desaprovechan reunión de trabajo, almuerzo con amigos o chat familiar para predecir que a partir del 7 de agosto a este país le van a llover catástrofes, llamas del infierno, toda la furia del Apocalipsis.

Para ellos todo es culpa de Petro: desde la trepada del dólar, hasta la llegada de la viruela del mono. Algunos llegan al absurdo. Conocí a uno que ha montado un próspero negocio cuyos principales clientes están entre el electorado petrista, pero él decidió congelar sus inversiones porque ganó el petrismo.

Y actitudes como esa revelan lo que hay detrás de la ‘Petrofobia’. No es tanto el deseo de ejercer racionalmente el derecho a la oposición, indispensable en toda democracia. Lo que se impone es el deseo de que al nuevo Gobierno le vaya mal solo para sentir que tienen la razón; para ratificar la idea de que si este país no es como ellos creen que debe ser, entonces no sirve. Arrogancia pura y dura, disfrazada de ideología. Nada más.

En el otro bando, los ‘petrofílicos’ son personas que montaron en la sala de la casa un altar con fotos de Gustavo Petro, velas, flores y escapularios -como hacía la gente de antaño con doña Regina 11-, porque el que va a llegar a la Casa de Nariño no es un hombre como cualquier otro, sino Dios.

También siguen en campaña y por eso ya olvidaron el llamado a la reconciliación que hizo el presidente electo en la noche de su triunfo. Se ven a sí mismos como una especie de Tribunal de la Inquisición llamado a hacer una quema generalizada de herejes y van por ahí predicando la religión de la revancha contra los diez millones y medio de colombianos que no votaron por Petro.

Para muchos de ellos, lo que viene no es un proceso, sino un milagro. Por eso están convencidos de que lo que el presidente electo necesita no son ciudadanos con capacidad crítica que le ayuden a la construcción del cambio, proponiendo soluciones distintas, sino un comité de aplausos.

Y esa actitud es lo que los convierte en un auténtico peligro para el gobierno de Petro. Porque no basta contar con una aplanadora en el Congreso para transformar este país. Se necesita un pueblo unido en torno a propósitos comunes. Y para lograrlo es requisito indispensable la empatía.

En realidad, lo que se esconde detrás de la ‘Petrofilia’ es un nivel de vanidad y arrogancia tan grande y dañino como el que hay en la ‘Petrofobia’. Los extremos siempre terminan pareciéndose.

Ninguna de esas actitudes le aporta nada que sirva al país, porque ambas se caracterizan por su turbiedad. Si algo requiere Colombia hoy es claridad mental y generosidad de espíritu. Y todos deberíamos tenerlo claro: lo peor que nos puede pasar es que a Gustavo Petro le vaya mal.

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