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La burla de los partidos

Por todo eso, y mucho más, yo no les creo a los partidos. Ni a la espuria reforma que ahora intentan aprobar a pupitrazo limpio en el Congreso para fortalecer sus maquinarias.

16 de noviembre de 2017 Por: Ossiel Villada

¿Para qué sirven los partidos? Si usted le hace esta pregunta a cualquier político, seguramente le dirá que los partidos son un cimiento de la democracia. Lo mismo le dirán los académicos, parados sobre la perfección del planteamiento teórico.

Pero si usted se la hace a ciudadanos del común, como lo hice yo en los últimos días, encontrará respuestas radicalmente distintas.

“Para enriquecerse fácilmente sin volverse traqueto”, me dijo un caleño. “Exactamente: para robar”, precisó su acompañante.

“Para ganar contratos a los que usted, de otra forma, no podría acceder”, agregó un microempresario.

Y alguien que tiene cinco parientes trabajando en el Estado apuntó otra respuesta clara: “Para buscarle puestos a la familia”.

“Sirven para cambiar votos por plata”, me dijo un habitante de la Comuna 13 que levantó su casa gracias a las últimas cuatro elecciones.

Y mi hija, de apenas 20 años, resumió todo de forma contundente: “No sirven para nada, porque ninguno trabaja por el bienestar de los ciudadanos”.

Es una opinión generalizada que se refleja más claramente en la reciente encuesta de Gallup, contratada por El País y otros medios de comunicación: los partidos políticos tienen hoy el mayor nivel de desprestigio de los últimos diez años. El 89% de los colombianos tiene una imagen desfavorable de ellos. Solo un 8% aprueba su desempeño.

La cifra no me sorprende. Es lo menos que se puede esperar, teniendo en cuenta la avalancha de noticias sobre corrupción que cada mañana recibimos en Colombia.

Lo que sí me asombra es esa capacidad de nuestra clase política para superarse a sí misma en cinismo. Ese talento infinito para burlarse de nosotros descaradamente.

Vienen a decirnos que ahora sí tienen la solución para los problemas del Estado, cuando se pasaron largo tiempo destruyendo al Estado.

No les basta con cambiarse de bando como de calzoncillos. No les importa, como pasó recientemente en Bucaramanga, que las cámaras los pillen mientras toman decisiones trascendentales… sobre los catálogos de Yanbal.

Y tampoco les importa, como pasa en Cali, que las cámaras no los pillen porque son como fantasmas que se escabullen fácilmente de su lugar de trabajo.

Haciendo gala de ese nivel supremo de desfachatez fue que a los señores del Partido Liberal se les ocurrió una idea genial: que el próximo domingo nos gastemos la módica suma de $40.000 millones en una consulta para que ellos escojan su candidato a las elecciones presidenciales del 2018.

Como si esa plata saliera de sus bolsillos, y no del nuestro. Como si tuviéramos mucha. Como si no hubieran tenido más opciones más baratas para tomar esa decisión.

Yo no sé cómo Humberto de la Calle, un hombre al que creo íntegro y valioso, cometió el error de meterse en esa dinámica perversa solo por seguir la “disciplina de partido”. Pero creo que empezó mal.

¿Se imaginan ustedes a cuántos niños hambrientos que hay en este país se podría alimentar, aunque fuera por un día, con esa plata? ¿A cuánta gente que hoy mendiga una medicina en una EPS se le podría ayudar a calmar su angustia y su dolor? ¿Se imaginan si esa plata la distribuyéramos como crédito blando entre los emprendedores que esperan apoyo para crear empresa?

Por todo eso, y mucho más, yo no les creo a los partidos. Ni a la espuria reforma que ahora intentan aprobar a pupitrazo limpio en el Congreso para fortalecer sus maquinarias.

Lo que sí tengo claro es que en las elecciones del 2018 tendremos una oportunidad de oro para decirles que nos cansamos de ellos. ¡Ojalá no la desaprovechemos!

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