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Tras las huellas de Caruso

El pequeño barco, casi perdido en la inmensidad del Río Negro, en plena selva amazónica, trae a bordo a un peregrino excepcional: Luciano Pavarotti, el tenor operático más famoso del mundo, rumbo a Manaos

4 de octubre de 2019 Por: Vicky Perea García

El pequeño barco, casi perdido en la inmensidad del Río Negro, en plena selva amazónica, trae a bordo a un peregrino excepcional: Luciano Pavarotti, el tenor operático más famoso del mundo, rumbo a Manaos, recogiendo los pasos que un siglo antes recorriera quien entonces ocupaba ese mismo sitial, Enrico Caruso. El destino, el escenario del Teatro Amazonas, construido por los caucheros millonarios que habían hecho de Manaos a principios del Siglo XX, algo así como una París amazónica, teatro de ópera incluido, eco lejano de la Opera Garnier.

El teatro era algo de no creerse. Mármoles de Carrara, mobiliario Luis XV, lámparas de cristal de Murano, columnas de bronce, la entrada cubierta de caucho para que el ruido de los carruajes no perturbara la música. Todo ello en medio de la manigua, financiado por los réditos de las explotaciones caucheras, posibles por la más atroz explotación de las comunidades indígenas. Restaurado varias veces todavía está en pie, su orgullosa cúpula forrada de azulejos alsacianos con los colores de la bandera brasileña. Pavarotti sube al escenario del teatro vacío y canta, cumpliendo una fantasía, que es como el libreto de una ópera romántica. Sólo que Caruso jamás estuvo allí.

Ron Howard, el premiado director norteamericano (Una Mente Brillante, Frost-Nixon, El Código da Vinci), retoma en su estupendo documental sobre la vida de Pavarotti, la leyenda de que Caruso estuvo en el estreno del Teatro Amazonas, cantando Pagliacci (Payaso) de Leoncavalli, cuya aria Vesti la Giubba (ponte el traje), lo había vuelto universalmente famoso. O se lo creyó Pavarotti que hasta allá fue a dar.

No hay ninguna prueba de que Caruso hubiera estado en Manaos, aunque sí estuvo en Brasil, por allá por 1916 cuando ya su voz se había oscurecido. Lo que sí es cierto es que no había un artista más famoso en todo el orbe gracias a dos cosas que Pavarotti supo también aprovechar al máximo: el desarrollo tecnológico y la música popular. El ascenso de Caruso coincide con el auge de la industria fonográfica y fue el mayor vendedor de discos de todos los géneros musicales, a lo cual mucho ayudó que a las arias de óperas muy conocidas le mezclara el cancionero popular en varios idiomas, incluyendo Mattinata (Mañana), en 1906, la primera canción hecha para ser grabada, compuesta por el mismísimo Leoncavallo.

La fama de Pavarotti se multiplicó cuando se embarcó en la música popular y en la popularización de arias famosas, en grandes conciertos transmitidos por televisión, impulsados por el extraordinario éxito comercial del espectáculo de los Tres Tenores, Pavarotti, Domingo y Carreras, reunido casi por accidente, que terminó presentándose en muchos países. Eran pues almas gemelas, italianos y robustos, ambos nacen en el seno de familias obreras llenas de hijos y mueren millonarios. Caruso de 48 años, Pavarotti de 72. Ambos enterrados en funerales de Estado como héroes nacionales.

El documental de Howard reconstruye la trayectoria vital de Pavarotti, de la panadería de su padre al Metropolitan Opera House de Nueva York. Una vida bien vivida, sus triunfos, sus amantes, bellas y esbeltas mujeres, muy menores que él, que era además enorme. “A las mujeres nos gustan grandes y gordos siempre que canten bien”, le grita una admiradora. Y no es posible sino quererlo: esa voz, esa sonrisa, esa generosidad.

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