El pais
SUSCRÍBETE

La señora y la muchacha

De la señora se ha dicho de todo. Que su sonrisa enigmática es la más bella del mundo, que ha seducido a grandes hombres, al mismo Leonardo, a Francisco I de Francia y a Napoleón Bonaparte.

24 de julio de 2020 Por: Óscar López Pulecio

De la señora se ha dicho de todo. Que su sonrisa enigmática es la más bella del mundo, que ha seducido a grandes hombres, al mismo Leonardo, a Francisco I de Francia y a Napoleón Bonaparte, quienes la tuvieron en sus dormitorios, que fue secuestrada durante dos años y rescatada en medio del júbilo universal, que ha sido agredida y protegida como si fuera el Santo Grial. Pero también ha sido objeto de la maledicencia: que es una señora de mediana edad, poco agraciada, un tanto gorda, probablemente embarazada, sin ningún adorno, ligeramente calva, sin cejas ni pestañas, sin asomo de seducción, posando con un paisaje incongruente detrás suyo, escondida detrás del sfumato, la técnica que su creador Leonardo da Vinci utilizaba para fundir los trazos y crear una atmósfera nebulosa, sepultada bajo capas y capas de barnices y hollín, que nadie se atreve a remover. Aunque existió, fue pintada entre 1503 y 1519, no se sabe realmente quien era y se la conoce solo por un apelativo de cortesía, Mona Lisa, la señora Lisa.

Giorgio Vasari, quien como pintor fue un extraordinario historiador del arte, pues dejó el mejor y más cercano testimonio de los pintores del renacimiento italiano, dice que en su tiempo Mona Lisa era muy bella, que tenía cejas y pestañas, y una luz que la envolvía. Una temprana copia del cuadro, del taller de Leonardo, restaurada y conservada en El Prado, muestra a una mujer joven, con ropajes coloridos, que sonríe con aires de seducción. Hoy en día el original es un retrato oscuro que puede ser el más famoso del mundo, pero ciertamente no el de la mujer más bella.
Una celebridad como se dice ahora. Más atractivos los otros dos retratos femeninos de Leonardo, ambos de amantes de Ludovico Sforza, Duque de Milán, para quien trabajaba.

La muchacha en cambio es irresistible. Un producto de la imaginación. Mira de reojo con sus grandes y bellos ojos, su boca entreabierta, sobre un fondo negro que resalta su turbante azul y oro, y el enorme arete de perla que es apenas un punto blanco de luz en el centro del cuadro. La pintó Johannes Vermeer en 1665, siglo y medio después de la Mona Lisa, como un recurso publicitario para demostrarles a damas menos agraciadas y a sus ricos maridos, como podía él mejorar la obra del Creador.

Pero todo el mundo quiere creer que la Muchacha de la Perla realmente existió, rendirle ese tributo a la realidad. Ríos de tinta han corrido para inventarla y hacer que Vermeer se enamorara de ella, porque nadie puede crear algo así sin amarlo apasionadamente. Vermeer quien era un ciudadano respetable corto de fondos y lleno de hijos en el Delft del Siglo XVII, no podía darse el lujo de una amante joven y bella, que son tan costosas. Quizás fue una joven criada de su casa a quien disfrazó un día con alguno de los trajes fantásticos que tenía y le colgó, a escondidas de su mujer, su perla más preciada.

Vermeer es famoso por sus interiores. Su escasos y pequeños cuadros los pinta en ambientes burgueses, cerrados, muy decorados, con una luz imposible que entra por la ventana y da forma a objetos y figuras. La Muchacha de la Perla, restaurada en 1994, recibe la luz sobre su rostro de una fuente desconocida, pero está sola con su belleza, sin ningún mobiliario que la perturbe. Oro, azul y negro. Los colores del cielo. Puestos a escoger, todo lo que Mona Lisa, con el debido respeto, no es.

AHORA EN Oscar Lopez Pulecio