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El arte moderno es público o no es

Las piezas que valen la pena del arte moderno tiene también un secreto y complejo proceso de fabricación, con los materiales que les ofrece el mundo moderno y reflejan su esencia.

19 de agosto de 2022 Por: Óscar López Pulecio

El arte moderno es un enigma envuelto en un misterio. Como consolación podría pensarse que la manera como los pintores florentinos o flamencos del Renacimiento trabajaban la pintura al óleo, que fue el gran descubrimiento de su época, preparando las tablas, aplicando capas y capas de pintura para obtener la luminosidad perfecta, era igualmente un misterio para los comerciantes de la vecindad. Pero como lo que producían eran imágenes cristianas o paganas identificables, no se detenían mucho en analizar el proceso de su fabricación o su significado.

Las piezas que valen la pena del arte moderno tiene también un secreto y complejo proceso de fabricación, con los materiales que les ofrece el mundo moderno y reflejan su esencia. Solo que por lo general ni la forma ni el contenido son identificables para el grueso público. Son monumentales o abstractas o creadoras de efectos de luz y sonido o instalaciones de las cuales hace parte el espectador o vacíos o maquinarias complejas o acumulaciones de objetos cotidianos. Casi nunca el cuadro pintado que pueda colgarse en una casa y cuando ese es el caso el resultado es el menos interesante porque refleja el agotamiento de la pintura para interpretar al mundo moderno.

Hace más de cien años, Gertrude Stein, una señora norteamericana, judía, no muy rica pero generosa, que vivía con su hermano en París, formó una colección de los pintores que costaban poco y valían mucho: Pierre Bonnard, Pablo Picasso, Paul Cézanne, Pierre-Auguste Renoir, Honoré Daumier, Henri Matisse, Henri de Toulouse-Lautrec. Ella que era escritora (una rosa es una rosa es una rosa) aconsejaba a quienes visitaban su casa, Picasso entre ellos, no pintar cuadros que no se pudieran colgar. Pero cuando murió a mediados del Siglo XX ya casi nada de lo que se hacía entonces se podía colgar.

La 49 Bienal de Venecia, que va de abril a noviembre de este año, se reúne cada dos años desde hace más de cien, y es la muestra de arte contemporáneo más importante del mundo, es la prueba reina de que Gertrude Stein no tenía razón sobre el futuro de las artes plásticas porque poco de lo que hay allí es pintura y casi nada es colgable. Empezando porque el espectacular montaje engloba toda la ciudad, sus palacios, sus canales, sus jardines, en uno de los cuales muchos países tienen edificios permanentes para sus artistas.

El conjunto de la exposición es impactante. Tiene dos fuentes de inspiración: la sociedad contemporánea, con sus artilugios tecnológicos y sus efectos especiales, y un aire étnico y nacionalista que reclama el lugar de las minorías en el arte de nuestro tiempo. Poco de lo que allí se exhibe, por su tamaño y complejidad es trasladable a otras partes, cada pieza de valía ocupa todo un salón o toda una calle. Son enormes e impactantes.

Resumen la esencia del arte moderno: el poderío industrial y sus pies de barro, su materialismo y su sofisticación tecnológica, su búsqueda de una expresión extremadamente simple a través de los medios más complejos. Tienen el mensaje de siempre en el arte, la expresión de la belleza, pero lo expresan en términos rotundos, enormes, que desbordan, palacios e iglesias, sus refugios tradicionales, y aún los grandes salones de los museos y se vuelcan a las calles. Pueden verse en YouTube, perdiéndose el paseo en góndola. La conclusión: el arte moderno es público o no es.

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