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La guerra de los 26 mil días

Dados como son al simbolismo los orientales, los vietnamitas llamaron a su...

19 de octubre de 2012 Por: Ode Farouk Kattan

Dados como son al simbolismo los orientales, los vietnamitas llamaron a su guerra de independencia ‘la guerra de los 10 mil días’, contados desde 1942, cuando la Hoa Hao, su organización étnico religiosa, se convirtió en la guerrilla de avanzada de los generales Slim (inglés) y Stilwell (norteamericano) en su campaña que logró la expulsión de los japoneses de Indochina. Retados por el incumplimiento de los franceses, que pretendieron seguir explotando el arroz y el caucho, y ya en la forma del Viet Minh, expulsaron a los franceses. Cuando los norteamericanos se arrastraron a respaldar a Viet Nam del Sur, continuaron como Viet Cong y luego los expulsaron.Nosotros también tenemos una guerra con nombre simbólico: la de los Mil Días, a principios del siglo pasado, cuando la obstinación de los partidos enfrascó en una guerra de tres años al país, con gran mortandad y siembra de odio, creando el escenario para que la presión por la necesidad de un canal que uniera el Atlántico con el Pacífico llevara a que perdiéramos Panamá.Colombia está en una guerra que a hoy se podría llamar ‘la guerra de los 26 mil días’, sin saberse a cuántos más llegarán, contada, a riesgo de polémica, desde el 9 de abril de 1948, cuando la viabilidad de Colombia hizo crisis por el asesinato de Gaitán, y se generó la siguiente secuela de eventos: la guerrilla liberal del Llano; la violencia de la guerra civil no declarada; el golpe militar de Rojas Pinilla; la tumbada de Rojas Pinilla; el Frente Nacional; la frustración del Frente Nacional, el experimento que no sirvió para acabar con la lucha partidista sino que creó fenómenos como el M-19, o sea que quedamos con varios males en vez de uno; todo ello mientras las Farc hacían carrera y metamorfosis desde chusmeros, pasando a guerrilla, luego guerrilla comunista cuando nos matricularon en la guerra fría, después narcoguerrilla, y ahora narcoterrorismo.Ninguna fórmula aplicada para poner fin a esta situación, por regla general distinguida con el nombre de algún presidente de la República o de su programa de gobierno, incluyendo la Constitución de 1991, ha servido para poner fin al estado de guerra que el país vive, con su secuela de pérdida de vidas, de desplazamiento, de angustia, y de atraso económico y social. O sea que nos hemos desgastado atacando las manifestaciones de la enfermedad pero no la enfermedad.En esta guerra no ha caído ningún soldado extranjero invadiendo al país. Los muertos han sido colombianos, con pocas excepciones. Todos los bienes destruidos han sido en los sitios de trabajo y vivienda de colombianos víctimas de atropellos o enfrentados por ideologías, pruritos de dominación, lucha por los poderes político o económico, entre ellos el narcotráfico. Con la destrucción de infraestructura como símbolo de alienación digna de análisis.Ahora el gobierno lanza un proyecto de paz. Son más los comentaristas que han madrugado a criticar el proceso y presagiar su fracaso que los que proponen fórmulas razonables para avanzar. Entre ellas algunas que describan la meta a alcanzar, no sólo el cese de fuego sino la rectificación de los vicios políticos, económico y sociales, junto con la falencia de los organismos de vigilancia y control, como la causa de que en nuestro medio no se pueda resolver los problemas cotidianos por medios institucionales sino con la secuencia de la frustración, la ira y la violencia. Si de lo que se trata es de ganarnos el Récord Guinnes al conflicto interno más largo e insoluble de la historia del mundo, vaya y venga. Pero Colombia ya no está en plan de aceptarlo ni soportarlo.