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Tres sombras de gris

Estos países se encuentran en un momento de transición política. En los tres es evidente una erosión de confianza entre el público y sus gobernantes, evidente en masivas manifestaciones callejeras.

26 de mayo de 2017 Por: Muni Jensen

Estos países se encuentran en un momento de transición política. En los tres es evidente una erosión de confianza entre el público y sus gobernantes, evidente en masivas manifestaciones callejeras. La relación oficial con los medios de comunicación es tensa, y en uno de los casos represiva. La corrupción atraviesa a los partidos y aumenta la sensación de desconfianza. La economía es frágil y el porvenir, complejo. Son países que han prosperado en gran parte gracias al petróleo, que se convirtió en un colchón desde el cual se lanzaron efectivos programas de reducción de pobreza, pero también se generaron excesos en el gasto, cuentas alegres y expectativas imposibles de cumplir. Los tres países, Colombia, Brasil, y Venezuela viven, cada uno a su escala, las consecuencias de los mismos problemas.

En este grupo, Colombia es el país de mostrar. Con un crecimiento esperado del 2,2% según la Ocde, instituciones que permanencen en pie, y una prensa libre, es una las niñas lindas del continente. Por ahora. En Colombia, mayo fue el mes de las protestas. Los taxistas, los maestros, los chocoanos, y los habitantes de Buenaventura protagonizaron paros que captaron la atención nacional y generaron inquietud en el resto del mundo. El fin de gobierno se hizo sentir en la intrascendente visita del presidente Santos a Estados Unidos, (donde lo más comentado fue su discurso en la Universidad de Virginia), en la fecha embolatada para el desarme de las Farc, en el escepticismo público por el Proceso de Paz, que ya ronda el 57%, y en el pitazo de inicio de la campaña para elegir a su sucesor. El pesimismo general afecta también la economía, cuyos motores de consumo e inversión continúan apagados. El goteo billonario de la corrupción en entidades públicas, y las sospechas e investigaciones a las élites políticas aumentan la desazón y el escepticismo.

Pero al lado de Brasil, Colombia parece Suiza. Las nuevas evidencias de corrupción del presidente Temer, que lo implican directamente al soborno de un político imputado en el caso de Petrobras, hacen sonar las campanas del ‘impeachment’ meses después del juicio político que retiró del poder a Dilma Rousseff, por motivos menos graves. “Temer, el presidente colgante”, titular de la revista The Economist, lo define perfectamente. La gente, en la calle. El gobierno envía, y luego retira las tropas de las calles de Brasilia, donde amenazaban con desatar una violencia incontenible. El presidente, desafiante, se niega a renunciar, mientras los economistas dan un respiro porque el país apenas empieza a salir de la peor recesión de su historia. Los partidos opositores, los congresistas que lo investigan, y gran parte de la clase política brasileña está también investigada. Llamar a elecciones anticipadas requiere un cambio constitucional que debe aprobar el mismo cuestionadísimo congreso. Mientras tanto, los jueces y el pueblo tienen la suerte política del país en sus manos.

Brasil a su vez parece Alemania, al compararla con Venezuela. Mucho se ha escrito sobre el colapso del país vecino, la muerte de jóvenes, el saqueo, el descontrol político, la inflación en los miles, la represión a los medios, el colapso de un sistema entero. A este país lo define la revista Time con otro titular: “Estado de ruina”. Otros hablan de anarquía, y las imágenes y testimonios lo confirman. Todos los días se cruzan líneas rojas, se aprieta el cordón represivo del gobierno, y crece el abismo entre el gobierno y la oposición.

Un panorama desolador que debe analizarse en bloque: Petróleo, corrupción, descontento, transición, desconfianza, calle. Son los detonantes de una crisis que contagia el continente, y también los ingredientes par analizar las herramientas que aun existen para contenerla: elecciones, prensa libre, emprendimiento, políticos modernos, jueces limpios, rendición de cuentas. Se deben leer las señales: Una generación conectada en redes, escéptica y movilizada exige un cambio de fondo en el sistema. La alternativa es el caos.

Sigue en Twitter @Muni_Jensen