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Guerra caliente

El objetivo de Putin: recuperar por la fuerza el poderío de la Unión Soviética y frenar la expansión de Occidente en la región.

24 de febrero de 2023 Por: Muni Jensen

Las imágenes de Joe Biden, muy erguido, de abrigo y gafas de sol, caminando con el joven Volodimir Zelenski, de verde militar y con botas de campaña, parecían el principio de una película de espías. El presidente americano, alto y canoso, con el guerrero agotado, pero firme, hicieron historia esta semana y enviaron al mundo un mensaje de fuerza y determinación. Demostraron que los símbolos todavía importan.

Hace un año, Vladimir Putin invadió Ucrania y cambió el frágil equilibrio del poder global. Hasta ese momento, el epicentro de las tensiones se concentraba en China y Estados Unidos, y la guerra comercial, el expansionismo y el afán de Xi Jin Ping de adueñarse de Hong Kong y Taiwán, y debilidad muscular de Estados Unidos para frenar las fuerzas económicas y estratégicas al otro lado del mundo. Rusia estaba en el fogón de atrás, una economía desgastada y un líder que empezaba a sentir vientos de sucesión.

Este panorama cambió el 24 de febrero de 2022 y empezó una nueva dinámica en la política internacional. Mientras el mundo despertaba de la nube del covid y sus estragos económicos, humanos, y logísticos, los rusos planearon esta avanzada sangrienta y desafiante que al día de hoy ha cobrado más de trescientos mil muertos de ambos lados, muchos de ellos civiles. El objetivo de Putin: recuperar por la fuerza el poderío de la Unión Soviética y frenar la expansión de Occidente en la región. El remezón, rápido y violento forzó a los grandes y pequeños poderes a levantar la mirada y responder ante la agresión.

La reacción inicial fue una unión inmediata de Occidente, primero con una ola de sanciones y el retiro de las grandes marcas del mercado ruso de las calles de Moscú, discursos presidenciales de rechazo y muchas reuniones de los altos mandos militares. Acto seguido, La Otan, despreciada por Donald Trump y por los problemas internos de sus miembros, volvió a tomar fuerza. La cooperación entre Estados Unidos y Europa se reforzó, creando un bloque contra Moscú. Hasta países como Suecia y Finlandia, que hasta el momento estaban al margen, decidieron unirse. En Estados Unidos el recién elegido Biden pidió fondos al Congreso y afiló los dientes militares. En juego estaba no solo la expansión de Rusia, sino la alarma humanitaria ante una guerra entre dos de los principales proveedores mundiales de granos y energía.

Ese día se desencadenó una crisis energética que creó fracturas internas en Europa. Los alemanes, envalentonados con los proyectos conjuntos de suministro de gas ruso, tuvieron que recular. El repudio unánime de Europa oculta una fractura en el continente, entre la vieja Europa (Alemania, Francia, España) que se ve criticada por el flanco de oeste, que entiende bien las intenciones rusas y demanda una respuesta fuerte.
En Estados Unidos, a pesar del repudio unánime de la invasión, hay desacuerdo en ambos partidos sobre la ayuda militar y el apoyo infinito a Zelenski, cuando el país no ha podido ni resolver los problemas de su propia frontera.

La situación en el terreno está lejos de resolverse. La invasión es un sangriento campo de batalla y la peor guerra en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

Los rusos no dan muestras de retirarse ni están abiertas las puertas para negociar. Zelenski y sus aliados siguen adelante, con más dinero y más equipos. La escalada de esta guerra es irreversible y sin guantes, especialmente ante la reciente decisión de Rusia de retirarse del último acuerdo nuclear que quedaba con Estados Unidos. La tercera pata de la mesa, Xi Jin Ping, con su declaración de alianza ‘sin límites’ con Moscú está enredando aún más la situación. Hay señas de que China enviará armas por primera vez. La guerra está lejos de terminar. El apoyo táctico, con armamento y dinero, solo aumenta. Las víctimas están en Ucrania, pero las réplicas se sienten cada vez más en todos los rincones del mundo.