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Esta columna va para vos, “Oh capitán, mi capitán”, mi gran amigo ‘Arello’, Carlos Arellano, que se me adelantó a la segunda parte del viaje.

2 de octubre de 2017 Por: Miky Calero

Esta columna va para vos, “Oh capitán, mi capitán”, mi gran amigo ‘Arello’, Carlos Arellano, que se me adelantó a la segunda parte del viaje.

Nuestra amistad comenzó en la adolescencia a bordo de un bus intermunicipal con rumbo a la capital, éramos mechudos y con sueños de cambiar el mundo. Recuerdo que él viajaba con una chaqueta ‘US Army’ (los hippies de entonces usábamos esas chaquetas en forma de protesta por la guerra de Vietnam) y una gran tula verde, tan grande como él.
Algunos años después nos volvimos a encontrar como publicistas en Centrum, agencia de los años 70 y de allí en adelante fueron muchas la experiencias compartidas.

Voy a contar algunas de las muchas anécdotas que viví con mi amigo del alma, el hombre más culto y leído que conocí, entregó su vida como profesor de escritura a sus cientos de alumnos de Univalle y el Conservatorio de Bellas Artes.

Primera anécdota. Me llama: “Calero, ¿puedo ir a la piscina de tu casa a dictar clase?”. “Claro”, le contesto. Media hora después llegan un par de carros atestados, de donde salen decenas de estudiantes y ‘estudiantas’ que proceden a despojarse de sus ropas, acto seguido todo el mundo en bola a la alberca. No fue una orgía ni mucho menos, ellos muy respetuosos, ellas no tanto. Tuve el honor de ser invitado a clase. Le pregunto a ‘Arello’ sobre la estrategia. Me contesta: “Para aprender a escribir bien, primero hay que aprender de anatomía”.

Segunda anécdota. Viste a sus estudiantes, unas de monjas y otros de curas y se van para San Nicolás a un teatro donde por el precio de una se pueden ver dos películas porno (XXX). En la cola, los ‘curas’ se chupetean a las ‘monjas’. El trabajo consistió en escribir sobre la reacción de los personajes allí presentes. Tema rico para desplayar la imaginación y escribir y escribir.

Tercera anécdota. Paseo de parceros a San Agustín donde se coló una chica de apellido Barney, un poco amargada. Una vez instalados en el pequeño hostal le preguntamos al ‘Capitán’ sobre la chica. “Ah, yo no sé, pasé por su habitación, vi que el catre se le dobló en dos con ella adentro, la deje allí para que no jodiera más”.

Cuando murió mi madre, decidimos darle los libros y algunas cajas con escritos de la biblioteca a Carlos, esto nos escribió en su impecable caligrafía: “Calero. He sido el depositario de cajas de amor y miedos de familia, soy el más afortunado personaje de este reparto de teatro vivo. Me ha tocado el papel de la suavidad y de la sabiduría, he rescatado las cajas de la gran casa de la Arboleda, qué dicha ser familia de esta familia. Soy un curador implacable: adoro cada respiro del corazón que escribió y leyó cada papel de estas cajas, Arellano”.