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Salvación del homo sapiens

El ser humano pertenece a la clase de los mamíferos, al orden...

30 de mayo de 2012 Por: Melba Escobar

El ser humano pertenece a la clase de los mamíferos, al orden de los primates, de la familia de los homínidos de género homo, de la especie sapiens. De la naturaleza, pasó a la construcción de un mundo social y cultural. Es quien la comanda, pues es también el único ser vivo capaz de razonar, tomar decisiones, planear y elegir con base en una conciencia moral y ética. Sin embargo, de acuerdo al informe de sostenibilidad del World Watch Institute, no es claro que el homo sapiens sea algo distinto a un exterminador: mientras entre 1850 y 1950 desapareció una especie por año, para 1990 dicho promedio se había elevado a diez especies por día, y para el año 2000, a una especie por hora. De la mano de ese deterioro, a partir de 1950 se perdió la quinta parte de la superficie cultivable, así como de bosques tropicales. En el transcurso del presente siglo se espera que el calentamiento global aumente alrededor de unos 5 grados centígrados la temperatura del mundo, lo que provocaría sequías y otros desastres ocasionados por el deshielo de los polos. Y podríamos continuar. Todavía no me refiero a las consecuencias que deja el deterioro en la capa de ozono, entre otras. El punto es que una vez este planeta se acabe, no es claro que nos vayan a dar otro de repuesto. Lo que sí es claro, es que como comandantes de este barco, cada vez más averiado, lo estamos haciendo mal y peor. Los homo sapiens, así como podemos ser compasivos y generosos, podemos ser egoístas y predadores. Todo está en nosotros, ángel y demonio, bien y mal. Si nuestra existencia está entrañablemente ligada a La Tierra, nuestra casa en el sentido más amplio y elemental de la palabra, no hemos hecho otra cosa que explotarla como si fuera una mercancía ilimitada atendiendo nuestros caprichos. Es de la Tierra de donde vienen nuestros símbolos sociales, políticos, culturales. Adán y Eva, el diluvio universal, el arca de Noé, los dioses del budismo y del hinduismo, la utopía, los sueños, los símbolos, el arte, el lenguaje, en fin, todo nace de esa naturaleza que destruimos. Nada existe fuera de esa relación entre ella y nosotros. En algún punto, la ciencia, en lugar de una aliada de la naturaleza, pasó a convertirse en la herramienta de la que abusamos para su exterminio. “Hay una guerra del hombre contra la naturaleza”, nos dice Leonardo Boff, y esa guerra es un reflejo de hasta dónde nos hemos transformado en “seres de deseos”, olvidados de nuestro potencial compasivo, capaz de entrar en comunión con los otros seres que nos rodean. Se acerca la Cumbre de Río+20 y muchos ambientalistas vuelven a cifrar sus esperanzas de cambio en un evento. Lo cierto es que necesitamos más que una reunión de tres días para dejar de ser los mayores exterminadores del planeta. Quizá necesitamos de otros dioses, o bien, de una espiritualidad renovada, donde “sed fecundos y multiplicaos, llenad y someted la tierra”, no sea el mandato al que le rindamos tributo. O quizá podemos buscar otra interpretación de dicho mandato, lejos de un sentido despótico, uno que al “someted la tierra” no se refiera con autoritarismo destructivo, sino con bondad y humildad frente a la naturaleza. Lo cierto es que más que otra Cumbre, necesitamos reencontrar una espiritualidad ecológica que nos permita cambiar de paradigma frente a nuestra relación con la Tierra. La misma ciencia que hemos puesto al servicio de la explotación, servirá para sanarla.