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Disfrázate como quieras

Como casi todos los años, vi el reinado, le hice fuerza a...

25 de noviembre de 2015 Por: Melba Escobar

Como casi todos los años, vi el reinado, le hice fuerza a Chocó y me alegró que hubiera ganado, todo parecía ir muy bien hasta el momento en que vi la cara de disgusto de la señorita Antioquia cuando la llamaron a ser princesa y no reina ni virreina. Y es que al final de cuentas es una competencia. Están detrás de una única corona. No importa que esa noche parezcan todas la misma mujer, con medidas, peinados y trajes casi idénticos, como producidas en una fábrica o como si el género fuese una fórmula médica: “Debes usar cabelleras largas, cinturas estrechas, pechos abultados y estar siempre de acuerdo con todo”. Qué poca variedad hay en ese catálogo donde todas desfilan igual, hablan igual y formulan casi idénticas respuestas. Y qué poca imaginación le atribuimos al género masculino, al que supuestamente se busca satisfacer con este limitado menú. Es todo tan repetitivo, predecible y estrecho. Pero es que tal vez, a los hombres también les mandan una prescripción: no pueden llorar, deben ser fuertes, tomar todas las decisiones, hablar de las mujeres como si fueran mercancía para reafirmar su masculinidad: “La señorita Buenaventura no puede tener hijos. Con ese culo, nadie le quiere dar por delante”, trinó un columnista de un diario nacional durante el reinado. Otro escribió: “Chocó está como para desperdiciarle esperma en la boca”. ¿Se supone que esos son halagos? Lo más impresionante es cuanta gente aprueba y celebra este tipo de ocurrencias. Tristemente, esos comentarios vienen prescritos también al género masculino. Se creen originales cuando no están haciendo otra cosa que replicar un comportamiento tan colectivo como primitivo. Por su parte las niñas, desde muy temprano, empiezan a absorber este mensaje: que la forma de acceder al poder para las mujeres es desde su belleza; que las otras mujeres son competidoras contra quienes hay que batirse por un único trofeo; que su valor en la sociedad está marcado por su aspecto físico y que deben aprovechar para conseguir el mejor proveedor posible mientras estén en edad fértil, pues después de eso se volverán invisibles.Un estudio en los Estados Unidos mostró que los papeles femeninos en el cine y la televisión son en un 70% para mujeres menores de treinta años. También observaron que solo en el 13% de los casos, las mujeres son protagonistas de las películas y series y cuando son protagonistas no es porque busquen alcanzar un objetivo propio, si no, en casi todos los casos, porque están buscando al hombre de sus sueños.Todo esto sumado a las voluptuosas princesas de Disney, los comentarios sexistas tanto a las mujeres que se alejan de ese modelo de feminidad como a las que lo replican, atentan contra el libre desarrollo de la personalidad, limitan las libertades individuales y presionan a hombres y mujeres a ser y actuar bajo roles impostados. En el Valle del Cauca, el departamento con los índices más altos de agresiones al género femenino, habría que preguntarse hasta qué punto los estereotipos de género están fomentando iletrados emocionales; hombres y mujeres incapaces de lidiar con sus verdaderos sentimientos, anulados para desarrollar su verdadero potencial. Educar a padres y madres en modelos no sexistas de crianza podría contribuir a que poco a poco tengamos personas más libres, que tomen sus propias decisiones sin estar buscando la aprobación de un tercero, o temiendo no responder a un molde que hace rato se quedó obsoleto.