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Un mundo en paz

Ni la pobreza, ni el desequilibrio social, ni el olvido, ni la vieja injusticia, justifican actos criminales

29 de diciembre de 2022 Por: Vicky Perea García

Cada año en Estados Unidos se anuncia “la peor nevada de la historia”; viví ahí varias de estas tempestades históricas y por supuesto el mundo no llegó a su fin, solo que cuando vas por tierra desaparecen las carreteras y los caminos y en medio de la nieve, cuando no existían ayudas, era más difícil llegar a casa.

Después de vivir las vísperas y los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, cuando Washington amaneció con misiles antiaéreos empotrados en sus cuatro puntos cardinales, y Nueva York vigilada en cada pulgada de su territorio, pensé que era un momento de hondas reflexiones en torno a la tierra que nos tocó, nuestra casa.

A diferencia de las viejas guerras que se disputaban con canecas de aceite hirviente, catapultas y mosquetes, las guerras de hoy amenazan con borrar la vida del universo y son una advertencia demasiado severa para clausurar esta, nuestra residencia en la tierra. El mundo siempre ha guerreado, pero debemos admitir que nunca como ahora se puso en peligro la sobrevivencia del planeta. Mientras el calentamiento global hace estragos, acaba con las fuentes de agua, provoca incendios inmarcesibles, tormentas de nieve nunca antes vistas, Putin insiste en quedarse con Ucrania, en una guerra que, ahora lo sabemos, será larga y cruenta.

Es tiempo de sentarnos a la misma mesa, gentes de todos los credos y razas, y entender que la paz es infinitamente menos costosa; es duradera y nos permite creer otra vez en la alegría del corazón, si llueve sobre el mar y lo vemos a través de una ventana, y una mujer nos ama y compartimos un café en la mañana que es real y nos promete siempre el inicio de un día maravilloso. Es urgente que el mundo de hoy diseñe un código en torno a normas fundamentales de sobrevivencia, solidaridad, aprecio por el otro, por sus diferencias, y códigos de justicia que nos permitan estar al lado de nuestro hermano desvalido, que nos inspiren compasión y entendimiento, por encima de las barrera culturales.

En un diálogo con la Nobel de Paz Rigoberta Menchú en la Universidad de Yale, en New Haven, me decía: “Qué bueno sería que florecieran todas las culturas, y que de pronto el mundo amaneciera más humano, más justo”. Sueños de paz que reviven hoy cuando es tan urgente entender que el lenguaje del amor es más poderoso que el de las armas.

Nosotros no podemos continuar con ciudades sembradas de misiles, con sobrevuelos de aviones F-16 y con los muelles cuidados por buzos y naves de guerra. Nuestro destino aquí es efímero, pasajero, y vale la pena hacerlo noble, intensamente vital; la vida no vale nada si desayunamos con balas y un aguacero de incendio nos cobija la noche.

He visto a una mujer pegando pequeños volantes en los postes de mi vecindario, porque perdió a su gato, su ancla, su timón, y por ello creo en la vida. Da detalles: “Es amarillo, tiene rayas parecidas a las del tigre…”; más allá, junto a la iglesia luterana de Hartford, en el cuarto piso, un niño recién llegado de Chechenia prueba a hacer volar pompas de jabón sobre los techos rojos de las seis de la tarde, y en el porche que da a la avenida Maple, dos muchachas puertorriqueñas se peinan entre sí, se hacen trenzas, mientras una de ellas llama por celular a algún lugar donde todavía brilla el sol y el mar viene quizá a besar los pies, con esperanza. Por ello, también, confirmo la vida. Miro hacia las calles vacías; el viento de la mañana hace tremolar una bandera bajo un balcón.
Puedo recordar la caja de periódicos donde se anunciaba una edición especial con la cifra ‘9.11’, como si se tratara del dial de alguna emisora que nadie quería escuchar.

Ni la pobreza, ni el desequilibrio social, ni el olvido, ni la vieja injusticia, justifican actos criminales. La pacificación del mundo de hoy requiere algo más que amenazas y juegos de guerra; debe apuntar a entender, en profundidad, qué mensaje quieren enviar quienes asesinan a miles de inocentes.

Ojalá el 2023 sea el año de la paz planetaria.


Sigue en Twitter @cabomarzo

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