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Pescar de noche

El país donde era posible salir a pescar de noche, aquel que...

2 de junio de 2011 Por: Medardo Arias Satizábal

El país donde era posible salir a pescar de noche, aquel que imaginó Darío Echandía, nunca lo veremos, o por lo menos se quedó sólo en ello, en una frase que todavía recordamos cada vez que es posible imaginar pueblos a medianoche, calles por donde cruzaba un sereno con un termo y un radio pegado a la oreja. Pueblos que ya no existen.Uno pensaría que no es posible hoy, en ninguna parte del mundo, alistar sedales para salir a pescar después de medianoche y hacer realidad la metáfora de un país en paz; pero en el mundo existen hoy muchos lugares así. He visto pescar, de verdad, en ríos de noche, como el que cruza la ciudad de Poitiers, a cuatro horas desde París. Pueblo de arquitectura medieval con pescadores furtivos que llevan pan y queso en sus cestillos y se abstraen en el brillo azul de los luceros en la corriente.En Donostia, tambien, frente al Monte Urgull, hay pescadores cada noche; se adelantan al cabeceo de las barcazas en las primeras brisas del amanecer. Y en las playas de Río lanzan sedales luminosos, estrellas fugaces, para capturar ‘espadas’, aquellos grandes peces plateados, como cimitarras, convite de obreros sobre las brasas del malecón. Nunca pesqué de noche, pero sí he salido en bicicleta después de las dos de la madrugada, por los caminos de Connecticut o sobre los arenales del Condado Príncipe Eduardo en Canadá.Y me he preguntado también por qué las señoras llevan perfume y joyas en los trenes y buses de España; también los irlandeses salen por Nueva York en el Día de San Patricio, con todo el baúl encima y vestidos de verde. Nadie viene a robarlos, y no miran atrás; tampoco lo hacen los gitanos del Levante que van a las playas con sus mujeres aderezadas de oro hasta en los tobillos.Por qué los colombianos debemos mirar atrás, si vamos por las calles, -y a los lados también- y por qué extraña razón las mujeres deben dejar en sus casas la cadenita, el anillo de boda, los aretitos humildes. Ningún chico en Cali u otra ciudad del país, puede chequear libremente su celular, su Blackberry; no se puede dejar el automóvil en una calle sola, sacar dinero de un cajero con la domesticidad de quien compra un pan, contar dinero en la calle, dejar ver tarjetas de crédito en la billetera.Ah, y si vienen unos tipos diciendo que son de las empresas de energía, del cable, del gas, mucho ojo, porque pueden ser ladrones; hay que estar atentos a quienes llaman para “actualizar datos”. Pueden vaciar tu cuenta de ahorros.Me pregunto si vale la pena vivir así, si esa es la respuesta a quien trabajó honradamente toda su vida, y ahora no tiene derecho a una vacación en paz, a comprar el vehículo que desee, la casa que merece, la finca. Ojo, te están haciendo cuentas. Colombia es un país de ricos que deben disfrazarse de pobres, para defender vida y patrimonio. Para la delincuencia, la riqueza es una obscenidad, y entonces, si quieres vivir tranquilo, no olvides el ‘bajo perfil’. El aspecto de Pedro Pérez, te puede salvar de un secuestro. Esa ropa gastada no la notará la delincuencia vigilante. También, un carro medio estrellado, un aspecto de ansiedad permanente, equilibra el paisaje humano entre los vencidos. Mejor derrota que triunfo, pena que optimismo.En qué clase de país nos convertimos. Si la guerrilla envalentonada, el secuestro, la delincuencia en las calles, siguen como van, Colombia volverá a registrar otra vez el éxodo del miedo, el pensar que no hay vuelta atrás y todo está perdido.

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