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Mentiras del Joe

El falseamiento de la historia es una postura común hoy, entre generaciones...

9 de junio de 2011 Por: Medardo Arias Satizábal

El falseamiento de la historia es una postura común hoy, entre generaciones desligadas del pasado, adictas a Internet y a la cultura de lo fácil, pasajero, desechable. Dentro de ese concepto utilitarista de la historia, caben las telenovelas, género en el que Colombia se hizo fuerte en los últimos 20 años, junto a Brasil, México y Venezuela. Su capacidad de penetración popular es tan efectiva, que los ‘culebrones’, como también se les llama en España, se exportan con éxito.En Estados Unidos pude ver ‘Pedro el Escamoso’, y la historia de un taxista que gana la lotería y decide ir a vivir en un conjunto residencial de clase media donde le critican el canasto, las fiestas lobas, la licuadora con ‘vestido’ de peluche, pero se convierte en el benefactor de quienes son arribistas y vaciados.Desde luego, Joe Arroyo no tiene la culpa de las imprecisiones en la telenovela que registra su ‘leyenda’; el libretista toma situaciones que pueden ser atractivas para el televidente, pero que no están de acuerdo con el propósito documental de la historia.Una de las mentiras tiene que ver, en este afán por ‘costeñizar’ la cultura colombiana, con la entronización de Barranquilla como cuna de la Salsa en Colombia; se sabe que la Salsa llegó a Colombia por Buenaventura y se asentó posteriormente en Cali.Cuando en el puerto bailábamos ya el Boogaloo de Joe Bataan, Pete Rodríguez y el Gran Combo, Barranquilla estaba aún amacizada con las canciones de Esthercita Forero y las puyas de los Corraleros de Majagual. Cuando Cali le expidió cédula de ciudadanía a la Salsa, con la llegada de Richie Ray, registrada en la novela ‘Que viva la música’ de Andrés Caicedo, Barranquilla ensayaba su fiesta de acordeones, su apego a Lucho Bermúdez y Pacho Galán. La Salsa no fue ahí, como en Buenaventura y Cali, una expresión masiva; fue ganando espacios, desde la subcultura de los llamados ‘picoteros’, con sus bafles como armarios.No es cierto que Piper Pimienta se haya forjado en las casetas barranquilleras. Edulfamit Molina Díaz, que así se llamaba el intérprete de ‘Las caleñas son como las flores’, nació en Puerto Tejada y se forjó en los arroyos de Buenaventura, en los bailaderos de ‘la carretera’ y La Pilota. Era un muchacho cuando debutó con el Supercombo Monterrey, la orquesta que animaba en el legendario ‘Monterrey’, antes de integrar ‘Los Supremos’.En la novela del Joe, Piper aparece como irresponsable y trompadachín; nada más irrealidad. Viajé con él, junto a Héctor Lavoe y su orquesta, y me quedó la impresión de tratar con un caballero. Piper era una figura popular y lo sabía; cultivaba sanas costumbres, era mesurado en la rumba, preocupado por su aspecto. Aún enfermo, después del derrame cerebral que sufrió, antes de ser víctima de un sicario, lo vi siempre pulcro, con la esperanza de volver a cantar.No sé qué dirán los Manyoma -Henry, Wilson y Hermes- con la representación que se hace de ‘Saoco’, el otro gran cantante de Fruco y sus Tesos. Wilson Saoco era ya popular en los barrios de Cali, cuando lo reconocen Medellín y Barranquilla. En fiestas de puertorriqueños en EE.UU., no puede faltar ‘El preso’, una de las melodías más conocidas que interpretó junto a Estrada: “En el mundo en que yo vivo/ siempre hay cuatro esquinas/pero entre esquina y esquina/ siempre habrá lo mismo…”.La novela del Joe se inspiró demasiado en ‘El Cantante’, la película sobre Héctor Lavoe, y en ese propósito mercantilista pasa en muchos aspectos por encima de la verdad. Hastiado estoy de los novelones ‘costeños’. Colombia es ancha, diversa, está llena de historias. El argumento del boxeador pobre que enamora a la chica linda, o del cantante que conquista a la burguesita está relamido.

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