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Las verdades de Grass

Si se desintegra el orden democrático, surgiría un vacío que podrían ocupar fuerzas que rebasan nuestra imaginación.

16 de junio de 2021 Por: Medardo Arias Satizábal

El Nobel alemán Günter Grass se despachó hace unos años contra la codicia de los bancos que mantienen hoy como rehenes a varios gobiernos y pueblos del mundo, y fustiga también a la prensa cómplice, poco crítica ante el poder arrasador del dinero y el aumento de la pobreza.

Considerado el “Gabo” alemán, es un autor capaz de capturar al lector con la historia, inicial, de una abuela, la suya, que asaba papas a la manera de las campesinas germanas; es decir, papas apenas lavadas que son puestas sobre brasas, hasta alcanzar en su interior esa suavidad propia de los alimentos cocidos con suficiente tiempo. Las papas que asaba la abuelita de Günter Grass, tenían al final una corteza crocante, con el sabor humoso de la ceniza.

Escuchemos la voz de este autor que no ha dejado de opinar; la traducción es de Miguel Sáenz: “El periodismo vive al día, se alimenta de sensaciones y no se toma el tiempo suficiente para iluminar el trasfondo.

La oleada de noticias cotidianas, reforzada por el desagüe de Internet, abruma a quien quiere estar informado.

Veinte años después de la unificación de Alemania, lo previsible se ha hecho realidad: el Este es propiedad del Oeste.

Si se desintegra el orden democrático, surgiría un vacío que podrían ocupar fuerzas que rebasan nuestra imaginación.

En resumen se puede decir que el periodismo, del que al fin y al cabo se trata hoy, y que -si entiendo bien el lema de esta reunión- se quiere poner en entredicho, vive al día, se alimenta de sensaciones y no tiene tiempo o no se toma tiempo suficiente para iluminar el trasfondo de todo lo que, con intervalos cada vez más breves, nos sume en crisis duraderas.

No en último lugar figuran los todopoderosos bancos, cuya actividad extorsionadora toma entre tanto como rehén al Parlamento electo y al Gobierno. Los bancos hacen de destino, de destino inexorable. Tienen su propia vida. Sus juntas directivas y grandes accionistas se organizan en una sociedad paralela. Las repercusiones de su gestión financiera basada en el riesgo recaerán en definitiva sobre los ciudadanos como contribuyentes. Somos nosotros los que respondemos por los bancos, cuyas fosas de miles de millones están siempre hambrientas.

Naturalmente, también los diarios y semanarios, es decir, los periodistas, están expuestos a esa omnipotencia. Ahora podría decirse: qué bien que todavía exista la literatura, ya que los escritores llenan de cuando en cuando las lagunas que dejan todos esos periodistas cuya tinta solo está al servicio de un acontecer diario rápidamente cambiante.

¿Es asumible aún un sistema capitalista que se prescribe forzosamente a la democracia, en el que la economía financiera se ha separado en gran parte de la economía real, aunque la amenace una y otra vez con crisis de fabricación doméstica? ¿Deben seguir siendo válidos para nosotros artículos de fe como mercado, consumo y beneficio, sustitutivos de la religión?

Una cosa me parece segura: si las democracias occidentales demuestran ser incapaces de hacer frente con reformas fundamentales a los peligros reales inminentes y a los previsibles, no podrán soportar lo que en los próximos años resultará ineludible: crisis que empollarán otras crisis, el aumento irrefrenable de la población mundial, los flujos de refugiados desencadenados por la falta de agua, el hambre y el empobrecimiento, y el cambio climático fabricado por el hombre.

Sin embargo, una desintegración del orden democrático haría surgir -de lo que hay suficientes ejemplos- un vacío que podrían ocupar fuerzas cuya descripción rebasa nuestra imaginación, por mucho que seamos gatos escaldados y estemos marcados por las consecuencias todavía visibles del fascismo y el estalinismo”.
Sigue en Twitter @cabomarzo

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