Faltan proteínas

¿Alguna banda hará hoy lo de los Eagles, al perpetuar un poema tan hondo como ‘Hotel California?

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30 de mar de 2022, 11:50 p. m.

Actualizado el 17 de may de 2023, 12:35 p. m.

Acabo de ver, gracias al milagro de los archivos fílmicos, el combate de Muhammad Alí y Zora Folley, en el Nueva York de 1967, cuando la platea del Madison Square Garden parecía más una convención de Wall Street con el gran mundo artístico, que un ‘ring side’ por el título de los pesos completos.

No era para menos; Alí hizo del boxeo una de las bellas artes, mezcla de danza, dramaturgia y espectáculo “pop”. A su puesta en escena no debían faltar Norman Mailer, Ursula Andress, Sean Connery, Truman Capote, Tom Wolfe, Alain Delon y Ernest Hemingway, antes del escopetazo en Ketchum, Idaho. Por los días de ese combate, el 22 de marzo del 67, Alí venía de ser campeón, en febrero de 1964, ante Sonny Liston, a quien bautizó, con acierto, como “el oso feo”.

El boxeo tuvo en las provincias inglesas, Gales, una de ellas, y también en Francia, esa categoría de espectáculo pagano al que asistía el burgo local con los atavíos solemnes de un funeral. Y a los combates que se libraban a puño limpio y sin camisa, con los pantalones remangados, en improvisados cuadriláteros en París, asistían las divas de moda para mostrar el último traje de temporada, y también los ricachos del patio, para fumar habanos y brindar con champán entre asaltos.

Alí, el exmedallista olímpico en Roma, el mismo chico que decidió hacerse boxeador el día en que le robaron la bicicleta, es el boxeador que cualquiera quisiera ver en ese invierno de los 60; un gimnasta de 219 libras, 25 años, y un baile de pasos laterales, de avance y retroceso, la agilidad y rapidez de un gato, la peligrosidad de un tigre encaramado. Jabs de izquierda, sucesivos, la derecha guardada, la guardia baja, la burla, los guantes arriba y abajo, como si braceara en un río imaginario, el Congo, por el que venían remando todos sus ancestros, y de pronto la oscuridad para el rival, la lona, la derecha desatada según su dogma: “En el boxeo, no debes esperar que te golpeen; debes golpear primero…”.

Es menester ver un combate de estos para entender cuánto ha cambiado el mundo. Un púgil como Alí quizá no vuelva a nacer, como no se ha vuelto a dar otro Garrincha, ni otro plusmarquista como Bikila; ni otro Pelé, ni un corredor como Fangio o Enzo Ferrari.

Quizá es un asunto de proteínas; es claro que el mundo de hoy no sabe lo que es corretear un pollo con una hachuela para después quemarle las plumas y verlo emerger, dorado, en el centro de una mesa. Estos tomates con pesticidas y estos pobres peces envenenados con mercurio hacen parte de la dieta de un mundo que ha perdido valor en todos sus órdenes. Hasta el valor civil ha desaparecido, y el taurino, endilgado otro día a tipos como Gallo, Manolete, Ordóñez, Bienvenida, naufraga hoy en un circo de vanidades y toros afeitados.

Dicen que admitir que todo tiempo pasado fue mejor, es una señal de que hemos empezado a envejecer, pero qué hacer, si la realidad nos devuelve axiomas; no hay más Beatles y los Rollings se llevarán su tesoro al fondo del mar, sin que nadie lo dispute, y nadie tocará mejor ‘Escaleras al cielo’, que Led Zeppelin.

¿Alguna banda hará hoy lo de los Eagles, al perpetuar un poema tan hondo como ‘Hotel California?

De la misma manera, nos preguntamos, quién como el Beny, y dónde están los sucesores de Roberto Faz, Miguelito Cuní, Bola de Nieve, Celeste Mendoza, Vicentico Valdés, Rolando Lasserie, José Antonio Méndez, Olga Guillot, La Lupe, Panchito Rizet, para cantar un bolero.

Sí, el combate de Cassius Marcellus Clay el 22 de marzo de 1967, definido por nocaut al minuto y 55 segundos del séptimo asalto, nos está diciendo que el mundo era mejor. Sin duda.

El mercurio en el pescado le ha dañado la cabeza a tipos como Putin, y permite la creación y recreación genética de gente que ve el mal en el bien y viceversa; un espécimen que está llevando el mundo a la debacle: el mamerto.

Sigue en Twitter @cabomarzo

Medardo Arias Satizábal, periodista, novelista, poeta. En 1982 recibió el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en la categoría Mejor Investigación. En tres ocasiones fue honrado con el Premio Alfonso Bonilla Aragón de la Alcaldía de Cali. Es Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia, 1987, y en 2017 recibió el Premio Internacional de Literaturas Africanas en Madrid, España.

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