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Cigala en su salsa

A pocos metros del río Gualdalquivir y entre los callejones ahumados donde...

19 de mayo de 2016 Por: Medardo Arias Satizábal

A pocos metros del río Gualdalquivir y entre los callejones ahumados donde se recuerda la subida al cielo de un torero andaluz, en cuerpo y alma, se fríen pescaditos para que la noche recoja, con la luna, los perfumes salobres que vienen del mar. Esta clave indica al caminante que está cerca del barrio de Triana, donde el fantasma de Machado vuela desde los techos: “Mi infancia es un recuerdo de un patio de Sevilla, de un huerto claro, donde madura el limonero…”.La noche trae el tableteo de un cajón, ruidos de zambra. Estás en ‘Lo nuestro’, un pequeño solar donde se agolpan los que saben, para escuchar las voces profundas del cante, para mirar como las faldas se elevan sobre las rodillas y un hervor de locomotora vieja rechifla en las paredes.Más adentro está Santacruz, y ahí es posible entrar de lado, porque de frente, te llevas por delante puertas y ventanas, el breve espacio donde se abanican las mujeres para traer algo de brisa a los dinteles. A Santacruz no entran los carros. Solo los santos parados en Semana Santa y las motos italianas. La gente habla de un balcón a otro, se encienden luces y también las notas de altas guitarras, las mismas que braman como si vinieran de las mil y una noches, hacen su toque seco de ataúd sobre la tierra.‘Que sí, que sí, que no, con esta mora me caso yo’, repiten las voces, y uno cree que ha resucitado Toñito El Camborio, el moreno de verde luna que andaba despacio y garboso, el que con una vara de mimbre iba a Sevilla a ver los toros, y miraba cómo las ondas del río llevaban naranjas. Cosas de Lorca.Pero si en la noche se escucha la voz del Camarón de la Isla, los trenos sacros de la guitarra de Tomatito o la voz de El Cigala, uno entiende que se han desatado los duendes, porque en los bares apagan las luces para orar a la Virgen Morena, y luego se encienden puros y se toma cognac. El caminante se detiene a pocos metros de La Rábida para comprar el Incienso del Señor de la Alborada, el que perfuma la madera, el que da a los rostros un barniz goyesco de llanto y duelo entre el tambor de las procesiones.Sevilla es así, vieja, culta y pagana, rezandera y mágica. La voz de El Cigala dice que hay niños que están en la orilla ‘viendo los barcos pasar’. Se le ocurrió mientras cantaba Lágrimas Negras, y se abrían para él los deltas de los ríos grandes, los mares, el bullicio del Caribe, la tanga milonga del sur de América.Cigala es un camarón alargado como el Muchillá del Pacífico, solo que parece más pariente de la langosta. Nuestros camarones de río, son traslúcidos, serenos, se dejan llevar a la olla después de una noche de lampareo en el que de pronto se ven presos en las catangas. Cigala anda por aquí buscando su liturgia de negros felices que piden lluvias de café, loas al Todopoderoso, aguanile para el que va con tres deidades de espadas flamígeras, contra la mala vibra. Babalú conmigo anda.El Guadalquivir y el Cali, flamenco y golpe de tromboranga, ruta de gente enmontada, músicas nueva y viejas, coros que vienen de ese tejido arábigo; ‘están los viejos cuchillos tiritando bajo el polvo…’.Sevillana y pachanga, Buenaventura y Caney, tesoros enterrados. El Cigala cantó tango con voz de arena, y trajo hasta la España morena rezongos de bolero. Aunque tú me has dejado en el abandono, aunque ya han muerto todas mis ilusiones, en vez de maldecirte con justo encono, en mi sueños te colmo de bendiciones.Y ahora, en salsa, sufro la inmensa pena de tu extravío, y lloro sin que tú sepas que el llanto mío, tiene lágrimas negras como mi vida.Cigala trae su voz del mundo para que José Aguirre lo ponga en clave de salsa, en clave de Cali, clave Caribe.Sigue en Twitter @cabomarzo

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