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Los dos íconos del Peñón

.Su queja fue por el derrumbamiento de la casa otrora de la familia Ochoa que no es que se esté cayendo. No. La están haciendo caer que es otra cosa, sin que a nadie le importe ese ‘mansionicidio’.

20 de agosto de 2018 Por: Mario Fernando Prado

El pasado fin de semana vino a Cali una vieja amiga -siempre joven- quien llegó luego de 30 años de ausencia por estos lares. No pudo menos que expresar su agradable sorpresa por el progreso y el desarrollo urbanístico de su ciudad natal. Quedó matada con la arborización, con los parques y con las zonas verdes, al punto que está decidida a volver y a radicarse entre nosotros.

Todo cuanto expresó me llenó de orgullo y me puso a pensar que son muchas las veces que criticamos tanto a Cali, unas con razón y otras sin ella, y que no apreciamos el lugar donde vivimos y nos ensañamos con una atacadera malsana.

Pero -y aquí viene el pero que nunca falta- luego de un largo periplo por el barrio de sus mayores, El Peñón que la vio nacer, me hizo un comentario demoledor. Me preparé entonces para que hablara de la ‘nueva’ vocación que lo cambió de residencial a comercial, o de la carencia de parqueo, o del ruido que generan algunos barecillos que no sé por qué es que no los cierran. Y no.

Su queja fue por el derrumbamiento de la casa otrora de la familia Ochoa que no es que se esté cayendo. No. La están haciendo caer que es otra cosa, sin que a nadie le importe ese ‘mansionicidio’.

Bien se sabe que se trata de un patrimonio arquitectónico en cuyo lote dicen que termino Isaac de escribir el último capítulo de su novela ‘María’ (que no ‘La María’ como afirman quienes le dicen a la Curva de Cerezo).

Es el colmo, dijo mi amiga, que no hayan sancionado a sus actuales propietarios que seguramente están esperando a que se caigan las cuatro paredes que faltan por irse al suelo para construir una irrespetuosa y horripilante colmena.

Y lo segundo que dijo fue que cómo es posible que el colegio donde estudió su primaria, La Sagrada Familia, se encuentre en tal estado. Que ella había leído que se estaba acondicionando para un hotel con un pequeño centro comercial y unas salas de cine y que ahora es una mole abandonada. Esa es, me manifestó, la gran vergüenza de Cali y concluyó como dice el bolero “de quién fue la culpa, no quiero saberlo”, cuando inútilmente traté de explicarle que había un litigio bastante complicado entre el Municipio y los constructores.

Y concluyó dándome un parte de tristeza y rebeldía ante lo que ella considera los dos íconos de su barrio que junto con San Antonio son la máxima expresión arquitectónica del Cali Viejo.

Y a propósito de San Antonio, me atreví a preguntarle si había ido y me respondió que el tiempo no le había alcanzado y les confieso que sentí un frescor que me recorrió todo el cuerpo...

***

P.D.: Por respeto a mis lectoras de la tercera edad no les cuento lo que he venido a saber de otras ‘madames’ caleñas, una de ellas famosa porque invitaba a empleadas bancarias a reuniones íntimas con lo más granado de la pacata sociedad de ese entonces. Única pista: su apartamento quedaba en los altos del café Los Turcos de donde enviaban exquisitas viandas árabes...

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