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De regalos y otras vainas

El tiempo está corriendo demasiado rápido. Ayer no más, uno les regalaba de Navidad a los amigos la siempre grata botellita de amarillo de Escocia, de una marca popular de esos tiempos.

17 de diciembre de 2018 Por: Mario Fernando Prado

El tiempo está corriendo demasiado rápido. Ayer no más, uno les regalaba de Navidad a los amigos la siempre grata botellita de amarillo de Escocia, de una marca popular de esos tiempos.

Pero llegó el sofistique y del J&B, el Vat69, el Grants y el Ballantines pasamos a los Buchanan’s, los Old Parr, los Chivas y los Johnnie Walker, siendo el más famoso el Sello Rojo -bautizado perversamente sello crisis- y el más costoso el Sello Azul que les juro no sé a qué sabe. (Dejo por fuera los rones y aguardientes porque en su momento no eran cachetudos).

Vino después la época de las lociones y pasó lo mismo: de la Old Spice, El Pino Silvestre y el Vetivert, caímos en la moda de las Polo, Las Dunhill y las Cartier, estas últimas con un tufillo traquetongo que llevaba a confusiones .

Pasó lo mismo con las camisas que uno obsequiaba generosamente. Y de las Cady, Arrow y Manhattan pasamos a las Boss, Lacoste y Brooks Brothers imponiéndose las Guayaberas como las de Rrrrrrrafa Cure eso sí, subiendo de talla cada año (a propósito,¿que vendrá después de las XL?).

Y ni hablar de los bolígrafos: empezamos con los Parker 21, 51 y 61, los Esterbrook y los Sheaffer a los delgadísimos Cross, los primorosos Mont Blanc y los encopetados Pathek Philippe, estos últimos carisisísimos.
Con el paso de los años optamos por regalos más prácticos y se pusieron de moda las pijamas con el ánimo de que se acordaran de uno cuando los homenajeados fueran a la cama luciendo nuestros detallitos. Y si no, ¿qué tal unas pantuflas? Eran ideales para sacarlo a uno de apuros así fueran de caucho o plásticas (cof, cof) o de cierto pelo, diré terciopelo que nunca caían mal.

Hago toda esta peregrinación porque tengo un amigazo que se fue a vivir a la Costa Pacífica y a quien siempre le envío uno que otro óvolo. Al principio le hacía llevar algunos presentes de los mencionados arriba hasta que hace varios calendarios me dijo “déjate de regalarme esas bobadas. Quiero condones porque tú sabes, sigo siendo muy inquieto”. Y así lo hice durante varias navidades:

Iba a la droguería y le escogía varias docenas ante los ojos aterrados del boticario pues -curioso que soy- siempre preguntaba por lo último en esos cauchos: que los lubricados, que los piel de bebé, que los de sabor a fresa y mamoncillo, que los duros y siempre escogía de todos los habidos y por haber.

Hace unos 5 años me llamó y me dijo que no más condones, que estaban saliendo muy malos porque se doblaban y que prefería que le enviara viagra ventiao porque los menjurjes del Pacífico ya no le servían. Procedí entonces a comprarle toda suerte de Sildenafiles, unos para ingestar, otros para chupar, otros para morder, desde 50 hasta 200 miligramos.

Se me había perdido del mapa hasta que ayer me llamó, muy quejoso y apachurrado y me dijo que era para el regalo de Navidad. Que me había dejado quieto las últimas navidades pero esta vez era imperiosa su petición.

Todo pensé menos lo que me dijo: requería con urgencia pañales, sí, pañales y que le diera varias cajas. De nuevo volví a la farmacia, otra vez el boticario se mostró extrañadísimo, me alistó el pedido y se lo acabo de enviar a Buenaventura donde irá a recoger el que espero no sea el último regalo que le hago.

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