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Un mal llamado intolerancia

La imagen no puede ser más aterradora. Dos hombres encapuchados irrumpen en...

9 de enero de 2015 Por: María Elvira Bonilla

La imagen no puede ser más aterradora. Dos hombres encapuchados irrumpen en un periódico y encienden fuego de fusil contra unos periodistas reunidos en un consejo de redacción. En este caso el de Charlie Hebdo. Reunirse a pensar y proponer ideas es la rutina diaria de cualquier medio que se convierte en una especie de ritual inaplazable donde el invitado central es la información y la creatividad. En ese espacio cabe cualquier propuesta. Es el espacio mayor de libertad en un medio, después vendrán los debates, los obstáculos y las probables dificultades en el desarrollo de las ideas o al momento de la hora de su publicación. Los periodistas mueren cubriendo guerras, en la trinchera, asesinados por sicarios contratados por enemigos poderosos, incómodos con la información como se vivió con tanta frecuencia en Colombia en los días aciagos de la narco guerra y el conflicto cuando guerrilla y paramilitares amenazaban y silenciaban a bala, pero no sentados en una sala de redacción. Y mucho menos en un medio donde el humor, la ironía y la sátira política eran el alimento informativo cotidiano. Pero la burla puede resultar provocadora y exasperar la rabia y remover el odio que radicaliza especialmente los espíritus fundamentalistas. Enerva a los autoritarios, a los psico-rígidos y descompone a los inflexibles. Enloquece a los iluminados. Aquellos personajes mesiánicos que se siente enviados por fuerzas superiores a salvar la humanidad. El humor es un arma que se vuelve irresistible, insoportable porque revela verdades inconscientes, contacta miedos ocultos que cuando afloran se vuelven iras incontenibles, destructoras que desembocan en tragedias como la que se vivió el miércoles en París. Igual ocurre con la palabra y el pensamiento libre, un derecho inalienable, íntimo y personal que se defiende a veces con el silencio pero que al final solo la muerte lo logra liquidar.La reacción universal frente al ataque al semanario francés se explica porque es un hecho cargado de simbología. No es solo un ataque a la libertad de pensar y de informar sino contra un valor fundamental en una sociedad democrática, que recuerda que la amenaza de la polarización y la intolerancia están presentes y rondan todos los rincones. Hay intolerancia desde Occidente con su racionalismo arrogante frente a la cultura árabe, profunda, histórica, tan respetable como incomprendida, pero también de aquellos frente el resto del mundo que reaccionan con la fiereza y la violencia de la impotencia. La intolerancia galopa desenfrenada. La misma que se expresa frente al proceso de paz colombiano y cuando aparece la posibilidad de que los guerrilleros formen algún día parte de la sociedad. La misma que alimenta el rencor frente a aquellos que tras haber padecido la violencia en carne propia están dispuestos a perdonar. Es la intolerancia el mayor obstáculo para que tengamos algún día un país reconciliado con el pasado en el que se puedan resolver las diferencias por la vía del debate, de la libre opinión y de la política. La misma que acabó con cuatro de los mejores caricaturistas de Francia, que en Colombia lleva décadas asesinando compatriotas y que puede revivir de manera temeraria en cualquier momento.