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Trump y el pecado gringo

Ningún país del mundo ni durante un tiempo tan prolongado concentró tal cantidad de esclavos negros sometidos a tantas vejaciones, tanto mal trato, como el sur de Estados Unidos.

21 de septiembre de 2018 Por: María Elvira Bonilla

Descubrir dos ciudades encantadoras como son Charleston en Carolina del Sur -tal vez la mejor conservada de toda la geografía norteamericana-, y Savanah en Georgia resulta revelador en el intento por entender al atravesado de Trump.

Estas dos ciudades emblemáticas encierran en su pasado la página más vergonzosa y terrible de la historia norteamericana: la esclavitud. Ningún país del mundo ni durante un tiempo tan prolongado concentró tal cantidad de esclavos negros sometidos a tantas vejaciones, tanto mal trato, como el sur de Estados Unidos donde esas manos, esa fuerza, esas miles de vidas sacrificadas y humilladas con cadenas y a latigazos permitieron que sobre ellas floreciera, como lo atestiguan, las plantaciones que siguen en pie con sus casonas deslumbrantes, la economía del arroz, algodón y azúcar, centro de la economía norteamericana y motor de la mundial.

Por el gran Misisipi y sus ríos afluentes, iban y venían barcos cargados de materia prima cosechada y seres humanos hacinados y azotados, arrancados de sus tierras en África y enviados a Barbados en el Caribe o Liverpool en Inglaterra mientras se formaban las grandes fortunas de los primeros barones.

La guerra civil de 1860, la más sangrienta y trágica que han vivido los norteamericanos, en la que se impusieron los abolicionistas del Norte, aplastando el Sur y bajo la dirección de Abraham Lincoln, permitió salvar la unidad de la nación, liquidar la esclavitud y terminar esta oprobiosa e inhumana forma de explotación del trabajo que quedo erradicada formalmente pero la herida nunca sanó. Una herida que continúa abierta llena de odio y resentimiento entre vencedores y vencidos.

Donald Trump expresa políticamente ese sentimiento dormido en el alma norteamericana. Un país donde continúa vivo el racismo con grupos de Ku Klux Klan presentes, con todo el desprecio acumulado hacia los negros -a quienes trataban literalmente como animales- y que Trump exterioriza extendiéndolo a los latinos, o simplemente a los pobres, a los más débiles, aplastados por la soberbia de la llamada supremacía blanca que permitió mantener activo durante más de un siglo el régimen más oprobioso que se recuerde.

Trump no es un sujeto aislado, ni un ser malévolo y perverso en sí mismo, aunque lo sea; el fenómeno va mucho más allá; sintetiza la mentalidad de millones de gringos que esperaron el momento para una revancha cargada de rencor después de ocho años de gobierno de un presidente negro, Barack Obama, con una esposa, Michelle, descendiente directa de esclavos llegados del África, y que para mucho gringo raizal el sorprendente hecho político se ve como una verdadera cachetada.

La voz conmovedora de esos esclavos, con el apellido de sus dueños, que cuando no logra balbucear palabras canta blues, ha empezado a aparecer en cientos de relatos testimoniales que fueron recogidos en los años 50 cuando los sobrevivientes que lograron la libertad después de la guerra civil, tenían 85, 90 y hasta 100 años; lamentos que permanecieron 70 años arrumados en los anaqueles de la Biblioteca del Congreso. Pero definitivamente el pasado no perdona y este pecado mayúsculo que aún no ha sido redimido sigue enclavado en la sociedad norteamericana, alimentando una polarización de la que están lejos de liberarse.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla