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Se nos acabó el planeta

El calor sofocante que ahoga el mundo, y que acusa con especial rigor a Europa con sus 40 grados, constituye la temperatura más alta que se haya vivido en los últimos 2000 años.

25 de julio de 2019 Por: María Elvira Bonilla

El calor sofocante que ahoga el mundo, y que acusa con especial rigor a Europa con sus 40 grados, constituye la temperatura más alta que se haya vivido en los últimos 2000 años. La alarma por el calentamiento global es mayúscula. Y no es carreta. Las evidencias sobran. Se habla, y no en boca de entusiastas ambientalistas, sino de líderes influyentes, que quedan 18 meses críticos para que haya una reacción contundentes y los mayores emisores de carbono lleguen a un acuerdo, antes del 2020 para evitar atravesar un umbral irreversible.

La naturaleza con su furia irresistible pasa su cuenta de cobro frente a los daños acumulados por décadas y décadas. Aun recuerdo la voz solitaria del expresidente Al Gore cuando hace una década prendió las alarmas con su impactante documental que movió a algunos gobernantes a reaccionar. Pero el deterioro ambiental se ha acelerado y las advertencias de Al Gore son tibias porque el calendarios se están recortando. Las emisiones de carbono tendrán que disminuirse significativamente a 2030.

En Colombia la retórica sigue mandando, mientras corrientes de opinión con poder político buscan abrirle camino al fracking para la extracción de petróleo y se destruyen los escasos bosques de niebla y el debate de la fumigación destructora con glifosato en el desesperado intento por detener la desbordada expansión de la coca -con su peligro devastador responsable de la deforestación y consecuente erosión de miles de hectáreas-. tapa los temas cruciales y urgentes de control ambiental, más allá de la legislación, donde las Corporaciones regionales sin dientes o coptadas por la politiquería y la corrupción, juegan un indudable papel.

“La cuestión ya no es si la culpa es de los seres humanos, sino cuánto tiempo nos queda para limitar los daños. Los continentes terminarán secos y las tierras de cultivo transformadas en desiertos. Podría extinguirse la mitad de todas las especies, millones de personas se verían desplazadas y el mar inundaría países enteros… Y las lluvias se volverían incontrolables, como está sucediendo ya”, un panorama que empieza a volverse realidad.

Los Estados no pueden paralizarse y por el contrario deberán hacerle frente a gobernantes tan arrogantes, ignorantes y cínicos como Donald Trump y su discípulo recién llegado Jahir Bolsonaro quienes arrastrados por la codicia de sus electores ven en la naturaleza una fuente de dinero a costa de su destrucción; con ideas delirantes como el posible azote a la Amazonia, de los pocos pulmones verdes que permanecen.

La esperanza está en los jóvenes con voces como la de la joven sueca Greta Thumberg que desafía con su abrumadora firmeza y claridad a los encumbrados que deciden. Enmarcada por una trenzas de niña ingenua, su voz suave retumba en parlamentos y escenarios haciendo eco en los ejércitos de muchachos que enseñan nuevos comportamientos, reciclan y repudian el polietileno, persiguen colillas de cigarrillo, o navegan en botes detrás de botellas y deshechos plásticos para limpiar costas y mares, para citar solo algunas de las muchas iniciativas. Pero las actuaciones individuales, que son urgentes, no bastan. Los más radicales tienen que estar en las cúpulas del poder que siguen sin estar a la altura, acorralados por una indolencia que amenaza la supervivencia de la especie.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla