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Literatura de la melancolía

Saturada de tanta bandera blanca y tanto entusiasmo nuevo alrededor de la...

23 de septiembre de 2016 Por: María Elvira Bonilla

Saturada de tanta bandera blanca y tanto entusiasmo nuevo alrededor de la paz, un propósito que debía estar enclavado sin tanto bullicio en el alma colombiana, me escabullí en un libro que tenía pendiente: El exilio imposible de Stefan Zweig, escrito por George Prochnik. Un relato biográfico sobre ese éxodo desgarrador de los intelectuales judíos, perseguidos por Hitler, centrado en la huida de este grande de la intelligentsia vienesa. El prolijo escritor, con su lucidez a cuestas termina aislado en una casita perdida en Petrópolis, en el Brasil profundo, en el fin del mundo, como dice el biógrafo. Allí pasaba sus días esforzado por “enterrar todo lo que pienso, para poder vivir”. Pero no lo logró. No resistió desprenderse de sus certezas y se suicidó: “Ojalá mis amigos puedan ver el amanecer después de esa larga noche. Yo, demasiado impaciente, me les adelanto”, escribió y se fue junto a Lotte, su esposa compañera hasta en el último suspiro. Quedaba claro: la melancolía había ganado la batalla. Y sucedió también con otro grande: Sandor Marais quien dejó una gran obra, cada novela mejor que la otra. Nacido en Kassa, una pequeña ciudad húngara que pertenece a Eslovaquia, empezó a escribir desde mediados de los años 40, pero sus libros quedaron sepultados por el régimen comunista que controló su país desde 1948. La desazón que le dejó la hecatombe, el dolor de patria que vivió a la distancia, lo plasmó con su letra y muy especialmente en El último encuentro, que traigo a la memoria con esa armonía y profundidad con la que revela en toda su dimensión el daño profundo no solo en vidas sino en cultura, en historia, en condición humana que dejó la locura fascista. Marais no esperó la caída del muro de Berlín y se quitó la vida unos meses antes, en San Diego, California, a los 89 años, cuando se creía había alcanzado algún sosiego.El espíritu de esa Europa asolada por la guerra se convirtió en un alimento dolorosamente creativo en los países del Centro de Europa, que se descubrió tardíamente. Escritores nacidos en Hungría, Rumania, Austria quienes estrenaban juventud cuando comenzó la invasión de la Alemania de Hitler, formados en la herencia del refinamiento del imperio austrohúngaro, no resistieron y aunque se le adelantaron a la debacle, murieron abatidos en el exilio pero dejando una gran literatura. Esa escritura del desarraigo me traslada a la realidad nuestra. Me pregunto por qué después de estos largos años de violencia y de tantos éxodos, de tantas vidas errantes y despojos, aun no nace en Colombia una literatura de la melancolía; esa que surge del corazón desgarrado, de las existencias rotas cuando el ser humano lo ha perdido todo, como se ha repetido tanto en esta página negra de nuestra historia que estamos adportas de doblar. Relatos que aún no se abren a un camino estético que trascienda lo inmediato más allá de los efímeros flashazos periodísticos que con su ensordecedor ruido distancian de la realidad del horror de la guerra vivida y marchita cualquier reflexión volviéndonos unos seres huidizos ajenos a aquellas pausas tan urgentes que obligan a pensar; como invita a hacerlo la lectura de Zweig y Marais. Momentos de reflexión que nos prepararían mejor, sin tanto vocerío, para afrontar el porvenir que se anuncia y que está por construir.Sigue en Twitter @elvira_bonilla