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La paradoja de los negros

El Acuerdo para la Prosperidad del sábado pasado en Cali fue realmente...

3 de junio de 2011 Por: María Elvira Bonilla

El Acuerdo para la Prosperidad del sábado pasado en Cali fue realmente un gran encuentro de afros del Pacífico. Muchos de ellos viven en Cali, la ciudad con mayor población negra, en cifras absolutas -donde más negros viven en Colombia- y la segunda en Suramérica después de Salvador Bahía en el Brasil. Son más de un millón de los afros, o mejor, los negros, sin eufemismos, los que viven en Cali. Fue realmente una revelación ver tantos voceros y líderes con conciencia de sus derechos y decididos a pelearlos frontalmente.Pero llamaba también la atención en esta congregación afro, a la que Santos le dio un generoso espacio, el comportamiento paradójico que tienen. Cuando los negros logran posiciones de poder, esas que peleaban el sábado a gritos, se olvidan de su gente, que es la más pobre y necesitada de Colombia. Es el caso de Buenaventura o de Quibdó, donde no han faltado los recursos presupuestales que a la postre no han servido para ser impulsores de progreso sino foco de corrupción. La mayoría de los políticos negros terminan mal, enredados en corruptelas personales, enroscados en clientelas familiares, de espaldas a sus comunidades. Las traicionan porque se aprovechan de los recursos que debían irrigarse a través de obras y necesidades colectivas. El cuarto de hora de poder lo convierten en la oportunidad para utilizarlo en beneficio propio, como si tuvieran que aprovechar aquello que por generaciones se les ha negado. ¡Y habrá francachela y habrá comilona! El Presidente y todo el auditorio escuchó sus quejas, lamentos, peticiones y señalamientos de exclusión. Abundaron las camisetas con el Soy afro amigo, pero hasta allí. Así como han logrado crecer musicalmente no consiguen transformaciones sociales que trasciendan los guetos en los que se mueven. Duele decirlo, pero el ruido y las acciones afirmativas no serán suficientes para sacar a la Costa Pacífica colombiana del atraso, la dejadez, la miseria y el cataclismo ecológico del que ellos mismos son protagonistas. Sin embargo este comportamiento social, que la verdad no logro entender cabalmente, no da para desconocer realidades profundas que hay que cambiar. Sus posibilidades para romper el círculo de la pobreza son inferiores a la de la mayoría de la población. De cada 100 bachilleres, sólo 2 llegan a la universidad, un 43% de negros, sobre todo los adultos, aún son analfabetos y un 80% tiene las necesidades básicas insatisfechas. Sufren aún de la humillación cotidiana. Cuentan los muchachos jóvenes que cuando entran a algún almacén de cadena, de inmediato quedan cubiertos por un manto de sospecha que atrae de inmediato a los agresivos vigilantes armados, sin darles la oportunidad de comportarse como cualquier comprador normal con dinero para pagar. La cuarta parte de las mujeres son empleadas domésticas y éstas si crecen sometidas a la doble explotación del machismo y la vida laboral. El cambio tiene que producirse de lado y lado. La Costa Pacífica tampoco podrá desarrollar su potencial sin contar con ellos y urge encontrar una vocación productiva. Pero su actitud también debe transformarse. No será la voz mendicante, cargada de un resentimiento que no sabe nada distinto a restregar la deuda histórica, la que les permitirá despegar.