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El incorruptible y los valientes

El daño en Colombia ya está hecho, pero las posibilidades de una reparación moral, una reconstrucción de valores y una retoma de principios rectores como sociedad son mayúsculas y urgentes.

24 de febrero de 2019 Por: María Elvira Bonilla

En el mismo lugar, hoy la estación de metro de La Floresta, donde fue asesinado el coronel Valdemar Franklyn Quintero sonaron trompetas seguidas por un minuto de silencio en la tarde soleada de este 21 de febrero en Medellín. Una semana antes el comandante de la Policía de Medellín había ordenado retirar su esquema de seguridad para que no hubiera más muertos inocentes ni más viudas ni huérfanas. Lo llamaban el Incorruptible; Escobar solo lo concebía muerto. Y ocurrió el 18 de agosto de 1989, horas después Luis Carlos Galán corría la misma suerte en Bogotá, en la tarima de la manifestación de Soacha.

Allí estaban cabizbajos los hijos de ambos, igual que Federico Arellano, el hijo del querido Gerardo, quien murió junto a otros 105 pasajeros del vuelo 203 de Avianca cuando estalló en pleno vuelo Cali-Bogotá el 27 de noviembre de 1989; y estaban muchos más cargando su dolor de lágrimas calladas; héroes que se le atravesaron a los designios del patrón del mal o simples muertos anónimos que cayeron en una de los tantos explosivos con los que cercó la ciudad, en su intentó de doblegarla, como quisieron con el país todo.

Allí llegaron convocados por el alcalde Federico Gutiérrez a acompañar a la gente de Medellín a abrazar su historia -como se denomina el ambicioso plan-, a reconocer el horror y la vergüenza de lo vivido, para empezar finamente a construir un nuevo relato que coloque a Pablo Escobar y todos los mafiosos en el lugar que les corresponde: el de verdugos y despreciables victimarios, y no los protagonistas de celuloide recreados para entretener con la perversión, que han recorrido las pantallas del mundo pisoteando el dolor que ha quedado enclavado en cada tragedia individual y en el colectivo del país y de la sociedad; zanjas profundas que la gente ha preferido tapar, pero nunca olvidar.

El derrumbe del Edificio Mónaco, el desafiante búnker de concreto en plena zona residencial desde donde Pablo Escobar coordinó rutas de drogas, ruletas corruptoras, y ordenó miles de asesinatos a humildes como los policías del plan pistola por los que pagaba un millón de pesos o personajes representativos de Antioquia que entraron fatalmente a su radar de odios y rencores.

En una década, entre 1983 y 1993, solo en Antioquia cayeron más de 40.000 personas en la guerra demencial del narcotráfico encabezada por Escobar y con mucho eco, no menos grave, como el de los Rodríguez Orejuela y el Cartel de Cali quienes también creyeron que podían hacer de la ilegalidad una norma a punta de bala y del dinero corruptor.

El daño en Colombia ya está hecho, pero las posibilidades de una reparación moral, una reconstrucción de valores y una retoma de principios rectores como sociedad son mayúsculas y urgentes. Y esto fue lo que entendió el alcalde de Medellín. Empiezan a trazar la anti-ruta de la mafia a partir de la memoria de las víctimas, con homenajes simbólicos a los incorruptibles para empezar a armar un nuevo mapa urbano, el de una ciudad resiliente capaz de superar los estigmas que dejó la violencia del narcotráfico y derrotar la borrosa frontera entre burlar o cumplir la ley. Un equívoco que persigue la conciencia nacional y no solo la de los paisas, quienes valientemente empiezan a reconocer. El camino es largo, pero el recorrido ya se empezó.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla