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El año de la peste

Sí, el año de la peste: el 2020 con su carga de agüeros y maledicencia que nos puso a vivir una pandemia que nunca nadie imaginó, que en un día puso el mundo y la vida de cada ser humano patas arriba.

17 de diciembre de 2020 Por: María Elvira Bonilla

Sí, el año de la peste: el 2020 con su carga de agüeros y maledicencia que nos puso a vivir una pandemia que nunca nadie imaginó, que en un día puso el mundo y la vida de cada ser humano patas arriba. La experiencia de un virus colectivo y generalizado después de un siglo de que la gripe española en 1918 matara en dos años al 5% de la población mundial; y esta vez más desbocado que nunca, enloquecido contagiando y matando sin fronteras, precisamente por aquello de la globalización, sigue después de un año, resultando algo impensable.

Pero gracias a esta emergencia han sucedido también otras cosas, inéditas y excepcionales. Forzados por la urgencia, la élite científica del mundo salió de sus cubículos y de los laboratorios aislados, dejaron a un lado sigilo y la reserva para compartir conocimiento en un esfuerzo colectivo para frenar la arrolladora pandemia. Y aparecieron seres humanos como el virólogo chino Zhang Yongzhen quien en contravía a las autoritarias órdenes del gobierno publicó tempranamente, desde el 11 de enero, el genoma y la secuencia del virus, indispensable para el desarrollo de la vacuna y los posibles tratamientos. Un desafío inaplazable y una carrera que se inició desde distintos rincones y que finalmente logró en tiempo récord la vacuna, en menos de un año.

Pero además y también colectivamente se está enfrentando el avance de tratamientos que frenen la letalidad del virus. De nuevo esfuerzos multidisciplinarios como el del equipo de especialistas de Covid-Cali con médicos como Óscar Gutiérrez, Marco Martínez, Alberto Concha, Alejandro Varela, Jaime Gil y otros muchos, empeñados en encontrar tratamientos al alcance de todos, que han desarrollado un modelo de intervención temprano que ya empieza a ser validado internacionalmente para evitar que la enfermedad se complique y así salvar vidas.

Sí, es el año de la peste que nos ha puesto la muerte en la cara y recordarnos que somos mortales, vulnerables, atrapados en el azar de una ruleta, sin que se pueda anticipar la manera como cada organismo guerreará con el bicho. Incertidumbre terrible y atemorizante, con el miedo rondando siempre. Miedo al otro, al amigo, al pariente, obligados a verlo como un extraño que nos puede contagiar. Miedo a conversar cara a cara, con la comunicación mediada por pantallas de computador.

Ha sido este un año de contención, de reserva personal, de sentimientos aplanados, de rutinas sin expectativas, sin emociones, sin sorpresas, sin experiencias de vida nuevas, sin ilusiones, sin mayores alegrías. Un año de soledad y aislamiento, de ausencia de diálogo cierto sin posibilidad de compartir, ni de socializar ni de expresar afecto con un abrazo. Abrazo que contenga, que acompañe, que consuele.

Pero paradójicamente también ha sido un año de reconexión con las cosas simples de la vida. Un año para confirmar la importancia de andar ligero de equipaje, de regresar a lo esencial, que vuelve el clóset con opciones de cambio de ropa, de accesorios y zapatos y la caja de maquillaje y cualquier lujo, objetos suntuarios, inútiles. Año que obliga a repensar tantas cosas. Y con esto me despido hasta el arranque del 2021, con la esperanza de poder respirar un aire nuevo. Aunque sea solo una ilusión.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla